Jueves 10 de Octubre de 2024

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4 de abril de 2021

Picada de noticias By Hernán Andrés Kruse

La guerra del Atlántico Sur
En la mañana del 2 de abril de 1982 el pueblo quedó atónito por la noticia. Nadie lo podía creer. Un comando militar había recuperado las Islas Malvinas...

Sin disparar un solo tiro depusieron al gobernador británico. En pocos minutos el júbilo se extendió a lo largo y ancho del país. ¡Habíamos recuperado las islas arrebatadas por el imperio inglés en 1833! Nadie, en ese momento de éxtasis, se animó a preguntarse lo siguiente: ¿cómo reaccionaría el gobierno de Margaret Thatcher? Creo que nadie suponía lo que sucedería al poco tiempo.

Lo real y concreto es que Thatcher no podía darse el lujo de permitir que una dictadura militar se adueñara de unas islas que consideraba propias. Para colmo la situación económica y social por la que estaba atravesando Gran Bretaña era extremadamente delicada a raíz del plan económico ortodoxo que la primera ministra estaba imponiendo sin anestesia. Era evidente que la única alternativa que le quedaba para evitar el naufragio de su gobierno era reconquistando las islas por la fuerza.

En Argentina todo era alegría. El gobernador de facto Leopoldo Fortunato Galtieri estaba exultante. Jamás serán olvidadas sus apariciones en el histórico balcón de la Casa Rosada para hablar ante una multitud enfervorizada. ¿Era consciente Galtieri de lo que estaba en juego? Porque dio la sensación de que, al menos al comienzo, especuló con la prescindencia del presidente de EEUU Ronald Reagan. Es probable que su ministro de relaciones exteriores, Nicanor Costa Méndez, haya pensado lo mismo. Pero con el correr de los días el conflicto se agravó. A raíz de ello el secretario de Estado de Reagan, el general Alexander Haig, intentó acercar a las partes. Fue una misión imposible. También fracasó el intento del presidente peruano Fernando Belaúnde Terry. Era evidente que Galtieri y Thatcher habían apostado por el poder de las armas para dirimir el conflicto. “Si quieren venir que vengan, les presentaremos batalla”, arengó Galtieri desde el histórico balcón.

La guerra comenzó el 1 de mayo. La gran mayoría de los soldados no estaban preparados para enfrentarse con sus colegas ingleses. A pesar de ello les presentaron una dura resistencia. Es probable que Gran Bretaña no esperara, por ejemplo, la profesionalidad de la fuerza aérea. Finalmente, el 14 de junio las tropas argentinas se rindieron de manera incondicional. Atrás quedó un mes y medio atroz donde hubo actos de un heroísmo increíble y combates encarnizados. Con el tiempo se supo que muchos soldados fueron maltratados por sus superiores. Jamás podrá olivarse la foto donde se ve a un pulcro Mario Benjamín Menéndez rindiéndose ante el general Moore, con evidentes signos de haber estado en combate.

La rendición en Malvinas significó el fin de la dictadura militar. Galtieri fue eyectado del poder y la Marina y la Fuerza Aérea se retiraron del gobierno. El ejército designó al general Bignone como presidente de facto con una única misión: garantizar la transición a la democracia. Horas más tarde la selección de Menotti debutaba en el mundial celebrado en España. A partir de entonces el pueblo estuvo más pendiente de la actuación del equipo que de las consecuencias de la guerra perdida.

La recuperación de las islas el 2 de abril de 1982 contó con el apoyo del pueblo, de los grandes medios de comunicación y de la casi totalidad de la clase dirigente. Eran muy pocos los que se atrevían a señalar lo evidente: la locura que significaba desafiar a la OTAN. Raúl Alfonsín fue uno de ellos. Con el paso de los años quedó en evidencia que la recuperación militar de Malvinas fue uno de los actos más irresponsables de la historia contemporánea. ¿Realmente Galtieri y Costa Méndez jamás tuvieron en cuenta la posibilidad de una reacción bélica de parte de Thatcher? ¿Por qué dieron por descontada la neutralidad de Reagan? Evidentemente Galtieri, al asomarse al histórico balcón, creyó que la providencia lo había elegido para regir los destinos del país por muchos años. Porque eso es lo que hubiera sucedido si se ganaba la guerra.

La transición a la democracia fue posible porque ganó Thatcher. A ella le debemos el fin de la dictadura militar. Los militares se fueron porque fueron barridos en el campo de batalla. El costo que se pagó fue altísimo: varios centenares de soldados que quedaron para siempre en Malvinas y un buen número de ex combatientes que con el paso de los años se suicidaron. El conflicto del Atlántico Sur fue una prueba más de lo que el gran Alberdi sentenció en el siglo XIX: la guerra es un crimen.

Estamos muy enfermos

Somos una sociedad desquiciada, alienada, profundamente enferma. Ayer, miércoles 31 de marzo, el número de contagios por el Covid-19 superó la barrera de los 16000. No sería extraño que dentro de poco ese número supere la barrera de los 20000. La segunda ola está entre nosotros. Todos somos conscientes de ello. Sin embargo, la televisión registró la enorme cantidad de autos que comenzaron a dirigirse a la costa atlántica con motivo de las Pascuas. Evidentemente un importante sector del pueblo sigue firme en su postura de ignorar a la pandemia y de desentenderse de la suerte del prójimo. Realmente su egoísmo es escalofriante. ¿No se dan cuenta que con semejante actitud no hacen más que favorecer la propalación del Covid-19? Por supuesto que sí pero les importa un rábano. He aquí el meollo del problema. Para los viajeros los otros no existen, son irrelevantes. Su razonamiento es el siguiente: “me importa un carajo el virus y los contagios y las muertes que ocasiona. Yo viajo porque se me da la gana, total a mí nada me va a pasar”.

Mientras tanto el gobierno se muestra impotente y desorientado. Sus funcionarios hablan de la gravedad de la situación y de la importancia de las restricciones, pero a esta altura de los acontecimientos queda en evidencia su incapacidad para lograr que la ciudadanía los obedezca. Emerge en toda su magnitud la escasa credibilidad del gobierno. ¿Qué autoridad puede tener la actual Ministra de Salud de la Nación para imponer restricciones si en las últimas horas dijo ante las cámaras de televisión que jamás existió el vacunagate? ¿Quién le puede creer a semejante mentirosa? Ahora bien, ¿el presidente es incapaz de imponer su autoridad y ordenar a sus funcionarios que no se burlen descaradamente del pueblo, que no subestimen de manera tan aviesa nuestra inteligencia? ¿O será que el presidente está de acuerdo con la ministra? A esta altura cuesta entender a Alberto Fernández.

En las últimas horas se conoció el índice de pobreza. La historia se repite de manera dramática. Desde hace décadas que sucede lo mismo: los medios de comunicación publican el aumento de la pobreza, los funcionarios de turno brindan explicaciones ridículas y todos aparentamos sentirnos compungidos por la tragedia. Lo cierto es que a partir de la década del setenta la pobreza viene creciendo de manera exponencial, al igual que el coronavirus a partir de marzo del año pasado. A esta altura no cabe ninguna duda que la pobreza es funcional a los intereses de la clase política. Porque ya no es casualidad que ningún gobierno a partir de la dictadura militar haya sido capaz de erradicar el flagelo. Evidentemente a los políticos les conviene que la sociedad esté sumida en la pobreza y la ignorancia. Porque si hay algo que la historia ha demostrado hasta el cansancio es que una sociedad pobre y carente de educación es fácilmente manipulable por el poder.

Somos una sociedad que se acostumbra a cualquier cosa. Hemos naturalizado la inflación, el desempleo, la inseguridad, la mentira institucionalizada, la corrupción y el latrocinio. Nos parece “normal” que los políticos se burlen de nosotros, que los motochorros asesinen a varias personas por día, que la justicia brille por su ausencia. Pero lo más increíble es que pasan las elecciones y seguimos votando por los mismos políticos que siempre prometen el paraíso y luego en el poder no hacen más que enriquecerse. Hemos perdido nuestra capacidad de asombro y carecemos de memoria histórica. Rápidamente nos olvidamos de lo que nos pasó hace unos meses. Los políticos son conscientes de ello y actúan en consecuencia. Por ejemplo, en las últimas horas Patricia Bullrich dio a conocer un escrito en el que aconseja a Alberto Fernández las medidas que debe tomar para salir del atolladero en que se encuentra el país. Justo la dirigente que fue ministra de seguridad de Mauricio Macri y que en 2001, siendo ministra de trabajo de De la Rúa, le descontó el 13% a los jubilados, tiene el tupé de aconsejar a Alberto Fernández. Bullrich se atrevió a publicar ese escrito porque sabe que el pueblo está anestesiado, cosificado, domesticado.

Somos una sociedad enferma. Mientras no lo asumamos jamás dejaremos la decadencia que nos agobia desde hace muchísimo tiempo.

12 años sin Raúl Alfonsín

El 31 de marzo de 2009 dejaba este mundo el doctor Raúl Alfonsín. Su figura fue emblema de la restauración de la democracia en nuestro país. Imposible no asociar su figura con la histórica elección del 30 de octubre de 1983. En ese momento Alfonsín hizo posible lo que era imposible: derrotar al peronismo en las urnas. Gracias a su carisma logró hacer realidad el bipartidismo, el sistema de partidos que se basa en la existencia de dos grandes partidos capaces de competir por el poder.

¿Cómo fue posible que Alfonsín derrotara a Luder, el candidato presidencial por el peronismo? Para brindar una respuesta adecuada es fundamental tener en cuenta el contexto histórico. Luego de la derrota en Malvinas la dictadura militar no tuvo más remedio que convocar a elecciones. No lo hizo por convicción sino porque otra no le quedaba. Los militares apostaron por el peronismo por dos motivos fundamentales: primero, porque estaban seguros de su victoria; segundo, porque con Luder en el poder no habría una revisión de lo actuado durante la “guerra” contra la subversión. Jamás imaginaron lo que sucedería más adelante.

1983 fue un año de una notable efervescencia política. Los grandes partidos y también los pequeños (la fuerza de Oscar Alende y la de Alvaro Alsogaray) tuvieron una gran afluencia de afiliados. Pero donde hizo eclosión la afiliación fue en la Unión Cívica Radical gracias a la figura de Raúl Alfonsín. En aquella época las chances de victoria de los partidos políticos eran directamente proporcionales a su capacidad de movilización. La televisión no era tan influyente y no existían las redes sociales. Alfonsín tuvo el coraje de desafiar al peronismo en su propio terreno, es decir, en la calle. Le demostró al poderoso aparato del peronismo que era capaz de convocar a multitudes, de llenar las plazas y los estadios de fútbol. La campaña electoral finalmente fue una formidable competencia entre los dos gigantes por demostrar quién tenía una mayor capacidad para convocar a sus seguidores. Por primera vez en la historia el radicalismo le ganó la pulseada al peronismo. Los actos de Alfonsín fueron más masivos que los de Luder. Los miles y miles de jóvenes que se habían afiliado a la UCR se encargaron de garantizar el folclore típico de las competencias electorales: fervor, espíritu militante y un fenomenal deseo de participación política, de ser protagonista de un acontecimiento histórico.

Los impresionantes actos de cierre en el Monumento a la Bandera en Rosario y en la 9 de Julio preanunciaron lo que sucedería el domingo 30. Finalmente, cerca de la medianoche se confirmó el batacazo: Alfonsín le había ganado a Luder por doce puntos de diferencia. El 10 de diciembre, un día soleado y cálido, Alfonsín asumió en el congreso y luego se dirigió a la multitud desde el balcón del Cabildo. El júbilo era indescriptible. Creo que hasta los propios votantes peronistas respiraron aliviados al ver a Alfonsín asumir como presidente de la república.

Alfonsín logró semejante hazaña porque supo adecuarse a una época signada por la esperanza en la democracia. En este sentido fue muy hábil cuando denunció, en plena campaña electoral, la existencia de un pacto entre conspicuos dirigentes sindicales y militares muy ligados a la dictadura. De esa forma asoció al peronismo con la dictadura. También supo pronunciar las palabras adecuadas en cada acto político. No fue casualidad su permanente alusión a la constitución nacional, especialmente a su preámbulo. De esa forma logró finalmente inclinar la balanza en su favor. La bravuconada de Herminio Iglesias en el acto de cierre del peronismo en la 9 de Julio-la quema del ataúd-sólo sirvió para convencer a algunos indecisos de la necesidad de votar a Alfonsín.

La presidencia de Alfonsín fue sumamente complicada. Tuvo enfrente a un peronismo que no le perdonó una y a un establishment que siempre lo miró de reojo. Su mayor aporte fue el juicio a las tres primeras juntas militares. Pero en otros ámbitos, como el económico, fracasó estruendosamente. Tal fue así que se vio obligado a entregar anticipadamente el poder a su sucesor, Carlos Menem.

Sin embargo, el aporte de Alfonsín fue extraordinario porque demostró, aunque en ese momento quizá no fue valorado como correspondía, que se puede gobernar sin robar. Ahora parece algo increíble pero luego de entregar el poder Alfonsín se fue a su casa sin ninguna causa judicial en su contra. Este hecho lo ubica automáticamente por encima de todos sus sucesores. De todos.

Estados alterados

En la sesión de la cámara de Diputados del sábado pasado el legislador Fernando Iglesias criticó con vehemencia a Estela de Carlotto luego de que ésta afirmara su deseo de ver a Macri tras las rejas. El diputado, conocido por su fuerte temperamento, provoca frecuentemente tormentas y tsunamis. A veces su discurso roza la violencia. A raíz de sus dichos sobre la dirigente de los derechos humanos el actor Coco Sily afirmó que si lo encontraba a Iglesias en la calle no dudaría “en cagarlo a trompadas”.

Se trata de una nueva manifestación de intolerancia y fanatismo. En la Argentina actual el diálogo y el respeto por el otro han perimido. Lo único que importa es someter al otro, aplastarlo. La política se ha convertido en un gigantesco ring donde los contendientes resuelven sus diferencias a trompada limpia. No interesa quién tiene razón. Lo único relevante es quién es más fuerte, más prepotente, más gritón. Ya no se argumenta. La razón ha sido reemplazada por la emoción. Quien piensa de manera diferente es un enemigo al que hay que aniquilar.

En su discurso del 10 de diciembre de 2019 Alberto Fernández había hecho un gran aporte a la convivencia en democracia cuando afirmó que nadie era dueño de la verdad absoluta, que el otro podía tener razón. Fue un canto a la tolerancia. Hoy ese Alberto Fernández no existe. Hoy hay otro Alberto Fernández dominado por la sinrazón. El presidente decidió hace tiempo abandonar las banderas del diálogo y la conciliación. Hoy el presidente es más cristinista que la propia Cristina.

La concepción política de Carl Schmitt está más vigente que nunca. Es lamentable que ello suceda pero es la cruda realidad. Y lo peor es que millones de argentinos se sienten a gusto cuando impera semejante clima. Basta con entrar a Facebook y Twitter para percatarse de ello. Escudados en el anonimato gran parte de los usuarios de dichas redes sociales descargan toda su ira contra el enemigo macrista o kirchnerista. Se trata de una sórdida competencia por ver quién es más mal educado, violento e intemperante.

La intolerancia se ha apoderado de todos nosotros. En consecuencia, la democracia como filosofía política ha pasado a ser una entelequia. Por más que votemos cada dos años si quien se atreve a manifestar una opinión política es literalmente lapidado, hablar de convivencia democrática es un insulto a nuestra inteligencia.

Covid-19 y responsabilidad individual

Muchos creyeron que estaba en retirada. Se trató de un espejismo. El Covid-19 sigue vivito y coleando, como se dice coloquialmente. En las últimas semanas recrudeció su ofensiva, a tal punto que en las altas esferas del gobierno se evalúa aplicar nuevamente las fallidas medidas restrictivas del año pasado. Este lunes el nivel de contagios superó los 14 mil, cifra similar a la que imperaba en octubre pasado cuando el 21 tuvimos 18000 contagios. Pero lo peor es el número de fallecidos. En pocos días se alcanzará la escalofriante cifre de 60000 víctimas. Piense el lector en el estadio de Racing repleto.

Es fácil hablar con el diario del lunes pero no cabe más que admitir la ineficacia de la cuarentena eterna impuesta por el gobierno a partir del 20 de marzo de 2020. Sin embargo, no hay que ser hipócrita. Entre marzo y julio el encierro impuesto dio sus frutos. En aquel entonces el número de contagios y muertes era escaso en comparación con otros países. Era tal la confianza del presidente en los consejos de su equipo de expertos comandados por el doctor Pedro Cahn que en varias de sus apariciones en televisión se dio el lujo de criticar la estrategia de países mucho más adelantados que la Argentina, como Suecia.

Alberto Fernández, qué duda cabe, se enamoró de la cuarentena. Los números de las encuestas no hacían más que confirmar lo acertada que había sido su decisión de imponerla. Su imagen positiva era arrolladora y nadie se atrevía a criticarlo. La mayoría apoyaba sin dudar aquella frase presidencial que pasará a la historia: “entre la salud y la economía, priorizo la primera”. Era evidente que el presidente estaba dispuesto a pagar cualquier precio con tal de defender a rajatabla su estrategia.

Pero a partir de julio el escenario cambió de manera dramática. Muchos fueron los argentinos que comenzaron a demostrar signos evidentes de hartazgo y cansancio. La cuarentena interminable comenzaba a causar estragos en el espíritu del pueblo. Frente a semejante escenario el presidente no cambió de estrategia. Por el contrario, no hizo más que aferrarse a la cuarentena. Fue en ese momento cuando comenzaron las críticas, fundamentalmente de la oposición. Y el presidente reaccionó de la peor manera. Se encaprichó casi de manera infantil. Lamentablemente, el pueblo pagó las consecuencias de semejante desatino.

La segunda ola de coronavirus ha puesto en evidencia, también, la irresponsabilidad de vastos sectores de la población. Sin importarles la salud de sus semejantes, miles y miles de argentinos salieron a la calle para despedir a Maradona, para protestar y para manifestarse a favor o en contra del aborto. Y durante el verano se vieron playas atestadas de gente, como si nada pasara.

Durante todo ese tiempo el virus estuvo agazapado, esperando el momento oportuno para atacar de nuevo. Y no dudó en hacerlo. El gobierno se mostró desorientado, como si la segunda ola lo hubiera tomado por sorpresa. Desesperado y arrinconado, sólo atina a recrear el escenario de hace un año. Es demasiado tarde. A esta altura la población no resistiría un nuevo confinamiento. Además, el gobierno se quedó sin autoridad para imponer una nueva cuarentena luego del escándalo del vacunagate. Sólo lo salvan un adecuado plan de vacunación (de a poco van llegando las vacunas prometidas) y fundamentalmente la responsabilidad de cada uno de nosotros. Ha llegado la hora de que tomemos conciencia de la gravedad de la situación. El coronavirus no da tregua y si seguimos subestimándolo las consecuencias pueden ser irreparables.

Argentina y la democracia imposible

En su edición del 28/3 Página/12 publicó un artículo de José Pablo Feinmann titulado “La amenaza del segundo tiempo”. En la parte final expresa lo siguiente: Dijo “Hay gato para rato” Y parece que eso se propone. Flagelar a los argentinos con otro período presidencial. Créase o no, hay algunos que lo desean. Son los que dicen “Prefiero cagarme de hambre con Macri antes que votar a la Yegua”. Así de horrible es nuestro país. Estamos rodeados por esa clase de gente. Cada vez creo menos en las bondades de la condición humana. Pero aún menos en las de ese pueblo argentino que se concentra sobre todo en La Capital Federal (y bastante en Córdoba y Mendoza)”.

Feinmann no oculta su desprecio y aversión por el votante macrista de clase media alta y alta de las ciudades más opulentas del país. Son argentinos de la más baja estofa, rezonga el reconocido intelectual. Para Feinmann quien se siente representado por Macri no merece ser respetado. Los macristas son lo peor de la condición humana. Son el enemigo y tal como lo sentenció Perón “al enemigo ni justicia”.

Ahora bien, el fanático macrista siente el mismo desprecio y la misma aversión por el fanático kirchnerista. Para el votante macrista el kirchnerismo es escoria pura, es el emblema de la corrupción más descarada y vergonzosa. Eleva a Cristina Kirchner a la categoría de mal absoluto, de maldición bíblica, de castigo divino. Ninguna persona honesta y digna vota al kirchnerismo. Sólo lo hacen los corruptos, ladrones y mentirosos. Los kirchneristas son lo peor de la sociedad. Son, en el fondo, un virus tan o más peligroso que el Covid-19.

El votante macrista no tolera al votante kirchnerista. Y viceversa. Si Thomas Hobbes viviera hoy en Argentina diría que se trata de un claro ejemplo de su concepción del estado de naturaleza: “el hombre es el lobo del hombre”. Los macristas y los kirchneristas son enemigos irreconciliables. “Estamos rodeados por esa clase de gente”, expresa Feinmann aludiendo a los votantes macristas. Lo mismo dicen los macristas sobre los kirchneristas.

El antagonismo es, pues, feroz. Carl Schmitt diría que los macristas y los kirchneristas no hacen más que corroborar su clásica concepción de la política. Para los macristas los otros, los kirchneristas, deben desaparecer de la faz de la tierra. Los kirchneristas piensan exactamente lo mismo sobre los macristas. Son dos ejércitos enemigos o, si se prefiere, dos bandos de matones dispuestos a destruirse.

En el fondo los ultras del macrismo y del kirchnerismo son hermanos siameses. Los iguala su profundo desprecio por la tolerancia y el respeto por el pluralismo ideológico. Los iguala su aversión por la democracia como filosofía de vida, por los valores medulares consagrados por la constitución de 1853. Mientras los ultras macristas y kirchneristas signa imponiendo su prepotencia y fanatismo, la democracia seguirá siendo en la Argentina un sueño inalcanzable.

Un experimento inédito

En su edición del 28/3 Infobae publicó un artículo de Ernesto Tenembaum titulado “¿Dónde termina la escalada de agresiones de Cristina Kirchner contra Alberto Fernández?”. Considera que desde hace un tiempo los argentinos estamos asistiendo a un experimento político inédito en el mundo. ¿En qué consiste? Básicamente en lo siguiente: hay un presidente elegido por el pueblo que cada dos por tres recibe mandobles de la vicepresidenta de la nación. Disconforme con su actuación Cristina Kirchner no se cansa criticar con virulencia a Alberto Fernández quien sólo atina a no responder los agravios. La pregunta que se formula Tenembaum es la que todos nos hacemos: ¿cuál es el límite de tolerancia del presidente? Porque de lo que nadie duda es que si el presidente pega un portazo puede emerger una crisis institucional de impredecibles consecuencias.

Tenembaum dice que Alberto Fernández fue elegido por el pueblo. Es cierto que la foto de su rostro y su nombre figuraban en la boleta a presidente por el FdT. Pero era una figura meramente decorativa ya que el grueso de quienes votaron al FdT tuvieron en mente pura y exclusivamente a Cristina, madrina de la fórmula. Si en lugar de Alberto Fernández hubiera figurado, por ejemplo, Guillermo Nielsen, hoy el ex presidente de YPF estaría sentado en el sillón de Rivadavia soportando estoicamente las agresiones de Cristina. Alberto Fernández se asemeja en este sentido a Héctor J. Cámpora, el histórico “Tío” que ganó las presidenciales del 11 de marzo de 1973.

Como bien señala Tenembaum hay notorias similitudes entre Cámpora y Alberto Fernández. El primero llegó a la presidencia por el dedo de Perón mientra que Alberto Fernández fue catapultado a la presidencia por CFK. Ambos fueron pura y exclusivamente presidentes formales. Pero creo que hay una gran diferencia entre ambos. Al menos hasta ahora Alberto Fernández parece estar dispuesto a soportar estoicamente el maltrato de su jefa. Y todo parece indicar que tiene intenciones de seguir arrodillado ante su vice hasta el fin del mandato. Lo de Cámpora es muy diferente. Creo que el “Tío” lejos estuvo de ser un felpudo del General. Da toda la sensación de que intentó cortarse solo lo que terminó provocando su rápida eyección del gobierno. Alberto Fernández, en cambio, jamás dio señales de querer independizarse de CFK.

De todas maneras conviene sacar provecho de la experiencia camporista. Su traumático final le abrió las puertas a un conflicto interno del peronismo que derivó en una feroz guerra civil. Semejante escenario sería imposible en la actualidad pero no hay que subestimar las consecuencias que podría provocar una “renuncia” de Alberto Fernández. Porque si ello sucediera inmediatamente asumiría Cristina. No es para nada descabellado suponer que el arribo de CFK a la presidencia podría provocar turbulencias tan o más serias que las de 2008.

Todo parece indicar que CFK continuará con su estrategia de debilitar al presidente y que éste está dispuesto a soportar estoicamente el maltrato. La pregunta que cabe formular en estos momentos es la siguiente: ¿hasta dónde está dispuesta CFK a tensar la cuerda sin producir el desmoronamiento del gobierno? Perón no anduvo con vueltas: echó a Cámpora y al poco tiempo el pueblo lo plebiscitó. Cristina es consciente de que carece de semejante apoyo. De contar con el apoyo del 60% de la población no hubiera tenido ningún problema en presentarse a las elecciones de 2019. Cómo sólo es apoyada por la mitad de ese porcentaje no tuvo más remedio que inventar la fórmula AF-CFK. En definitiva, Perón resolvió fácilmente el problema de Cámpora porque tenía todo el poder en sus manos. Como Cristina no es Perón no tiene más remedio que soportar a un presidente al que aborrece con toda su alma.

Cartas de lectores publicadas en La Capital de Rosario

Son el futuro

7/7/011

Uno de los legados más importantes del ex presidente Kirchner fue el haber convencido a los jóvenes de que la política, lejos de ser una mala palabra, es una noble actividad que dignifica al hombre. Les hizo ver que la política no está reñida con la moral y el idealismo. Y los jóvenes se entusiasmaron y comenzaron a actuar en política, movilizados por ideales de justicia social, libertad y fraternidad. Las exequias del ex presidente Kirchner fueron el bautismo de esa juventud militante, movilizada y entusiasta. La derecha no tardó en reaccionar. Elisa Carrió profirió un insulto incalificable-“fuerza bruta”-para denostarla y desde los medios concentrados comenzó una campaña sistemática de desprestigio A partir de entonces todos los dardos fueron dirigidos contra La Cámpora, convertida en una bestia antediluviana por el orden conservador. Lejos de ser idealistas, vociferan las plumas del establishment que los jóvenes que militan en el kirchnerismo son matones a sueldo, violentos e intolerantes, aves de rapiña que lo único que les interesa es el poder y el dinero. Parece mentira que en pleno siglo XXI la militancia juvenil progresista sea denigrada de manera tan vil y grosera. Lamentablemente ser joven y, peor aún, ser progresista e idealista, no es perdonado por los nostálgicos de la década del noventa, donde los jóvenes sólo se preocupaban en consumir y divertirse. Ahora es diferente. Ahora los jóvenes se interesan por la política, no aceptan ese conformismo que paraliza el corazón y obnubila la mente. Ahora los jóvenes critican las mentiras vitales, desafían las “verdades” impuestas por los que mandan. Ahora no es tan sencillo controlarlos. Su presencia mortifica a quienes presagian el fin del kirchnerismo. Ellos son la garantía de continuidad del socialismo democrático y progresista instaurado en mayo de 2003. Son sus custodios. Son el futuro.

El triunfo de Macri

14/7/011

El orden conservador diagramó la reforma política de 1910 para permitir a ciertos sectores medios, hasta entonces exceptuados de la política, participar en los procesos electorales. Grande fue su sorpresa cuando en 1916 ganó el candidato no previsto, Hipólito Yrigoyen. A partir de entonces la derecha comenzó a recorrer un largo calvario en la búsqueda del candidato que le permitiera acceder al poder por el voto popular. El general Agustín P. justo, emblema del orden conservador, fue presidente gracias al fraude patriótico. Su ilegitimidad de origen permitió la llegada al poder de Perón. Su derrocamiento en 1955 fue la consecuencia de la impotencia de la derecha para frenar al peronismo dentro de la constitución. La candidatura del general Pedro Eugenio Aramburu en representación de Udelpa a comienzos de los 60 fue otro intento del orden conservador para intentar colocar en la Casa Rosada a uno de sus cuadros por la vía democrática. Fracasó. En los 80 el capitán ingeniero Alvaro Alsogaray creó la Ucede para tratar de ser presidente en 1989. También fracasó. Su lugar fue ocupado por Carlos Menem. Durante diez años y medio gobernó para el orden conservador. Sin embargo, el riojano no era un cuadro de la derecha. No era un Justo, un Aramburu o un Alsogaray. Hasta que apareció el ingeniero Mauricio Macri para ganar las elecciones porteñas en 2007. Por primera vez un genuino exponente del orden conservador logró imponerse en comicios limpios y transparentes. Luego de cuatro duros años de gestión, logró revalidar sus títulos con una nueva y contundente victoria sobre Daniel Filmus, su mismo rival cuatro años antes. Su discurso posterior al triunfo significó el comienzo de su carrera por la presidencia en 2015, la clara manifestación de su intento por hacer posible lo que hasta ahora ha sido imposible para la derecha: que un cuadro suyo sea plebiscitado democráticamente en comicios de una legalidad y legitimidad incuestionables. Del éxito de Cristina en su próxima gestión dependerá que el sueño del orden conservador no se haga realidad.

Cachetazo a la soberbia (*)

29/7/011

En una carta del día 14 de julio pasado, un lector de apellido Kruse hace una perorata histórica de cómo la derecha no funciona y no logra conquistar la popularidad para llegar al poder. Me gustaría saber qué opina ahora después de ver los resultados de las recientes elecciones, con la aplastante y vergonzosa paliza que sufriera el espadachín de la presidente de la nación, ya que un humorista como Del Sel, con ideales de derecha, por un pelo no consiguió ser gobernador. Usted conoce mucho de historia, pero se olvida de la realidad, y hoy por hoy, la izquierda fracasó en sus máximos exponentes, llámese Rusia o Cuba, por no poder dar soluciones a su pueblo, a tal punto que Fidel Castro dijo que después de 50 años tuvo que reconocer su fracaso, y está tratando de ver cómo arregla el estropicio de cientos de muertos en el camino de la construcción del socialismo. No es bueno cultivar la política de las dádivas, del no esfuerzo, repartiendo plata de los jubilados por el solo hecho de tener hijos, entre otras cosas. Hay que concientizar a las masas, que as cosas se consiguen con esfuerzo y trabajo, y que si no se genera riqueza, sólo se puede repartir promesas y fantasías. Hoy ganó la democracia, la calma, la discusión de las ideas, el diálogo para la solución de los problemas, no la confrontación y el choque divisionista. Aquel señor que en ejercicio de la presidencia le fijo al campo “los quiero ver de rodillas”, debería ser “explícitamente” desautorizado en su nombre y pedir perdón por semejante exabrupto de un presidente de una nación cuya principal riqueza es el campo para producir alimentos para un mundo ávido de comida. Sería bueno que desde arriba se leyera bien el resultado de las elecciones porque me parece que Aníbal Fernández, a raíz de sus declaraciones, no entendió nada.

(*) Respuesta del señor Enzo Maineri a mi carta del 14/7/011.

Si no es cristinista es oligarca (*)

Esta carta está dirigida al señor Kruse. Estimado, veo que para usted el que no es cristinista es oligarca. Yo tengo 79 años y no soy creyente de la antes mencionada, pero no soy oligarca, soy jubilado y le voy a enseñar. El capital de la Ansés está constituido por el aporte, durante 48 años, del personal en actividad y la patronal para su posterior jubilación. Se crearon las AFJP pero como molestaban a los intereses de los mandatarios las eliminaron, no sé a dónde fueron los capitales, a lo mejor al sur. Si la Ansés cumpliera sus funciones no habría peligro de que se quedara acéfala si diera el 82%, pero en la actualidad se ocupan de lo siguiente: comprar títulos y poner personas de su amistad en el directorio, prestarle a la General Motors, a las personas que llegan a la edad de jubilarse, sin haber hecho aportes se las jubila sin tener en cuenta su situación económica, s eles da a las madres solteras (hasta 5 de 18 años) 220 pesos por cada uno o sea que perciben más que el mínimo que el que aportó 48 años, pero previamente estas madres deben sacar el DNI, cuyas tapas en lugar de ser verdes son celestes (¿no le llama la atención?). A los mayores de 70 años que no tengan obra social, sin tener en cuenta su situación económica se pueden atender por Pami sin cargo (a mí me descuentan 73 pesos mensuales) además con capitales de la Ansés se cubren los déficits fiscales, se manda en un avión a un cumpleaños al sur a la hija de los mandatarios, y al igual que usted todo lo que hacían los otros eran oligarcas y estos son defraudadores. Ahora me voy a ocupar de algo muy triste, el jefe de Gabinete en una desgraciada declaración lamentó el fallecimiento del bebé que sufrió la salidera bancaria pero aprovechó para meter cizaña diciendo que los politiqueros esperaban ese desenlace para hacer política. A mí me parece que un descentrado puede decir eso, antes de pensarlo por qué no reconoce a su hija extramatrimonial y demuestra que en lugar de un cacho de bofe tiene corazón y en lugar de estopa tiene cerebro. ¡Qué raro que no le echó la culpa a Magnetto y a Clarín! Por otra parte es tan cretino que dice que este país tiene la tasa de delincuencia más baja, pero desde que está este gobierno hay más de 30000 desaparecidos, todos los días hay más de 11 desaparecidos y no por causas políticas.

(*) Carta de Julio Podlubne publicada el 29/8/011.

Cartas de lectores publicadas en El Informador Público

Respuesta a la señora Malú Kikuchi (*)

Acabo de leer el interesante artículo de opinión escrito por Malú Kikuchi sobre los resultados de las PASO. Como partidario de la señora presidente de la Nación desde que asumió en diciembre de 2007, intentaré explicarle por qué tanta gente votó a Cristina el pasado 14 de agosto.

A partir de la decisión del gobierno nacional de aplicar retenciones a la soja y el girasol en marzo de 2008, el monopolio mediático lanzó sobre Cristina una implacable campaña de desprestigio, procurando esmerilarla con el obvio propósito de obligarla a renunciar como presidente de todos los argentinos. El histórico voto no positivo del señor vicepresidente de la Nació fue funcional a ese propósito. A partir de entonces el antagonismo entre el kirchnerismo y el antikirchnerismo se profundizó a pasos agigantados. En 2009, fruto de ese antagonismo, el gobierno nacional perdió las elecciones parciales de junio. En el verano del año siguiente el “affaire” Martín Redrado, aquel presidente del Banco Central que se negó a utilizar reservas para el pago de intereses de la deuda, pudo ocasionar un golpe de mercado. Al mismo tiempo, los legisladores integrantes del Grupo A tomaron el congreso de la Nación por asalto, ignorando toda proporcionalidad en función de los resultados de junio del 2009. Para colmo, en octubre falleció el ex presidente Kirchner y pareció el fin definitivo del kirchnerismo. Sin embargo, Cristina sobrevivió y ahora está a punto de conseguir la reelección. ¿Cómo fue posible este milagro?

A mi entender, el “milagro Cristina” se debe fundamentalmente a dos factores esenciales. En primer lugar, Cristina demostró capacidad de conducción, incluso en los momentos de mayor tensión. Después del voto no positivo el gobierno nacional fue capaz, por ejemplo, de reestatizar las AFJP. Nacionalizar Aerolíneas Argentinas, imponer la asignación universal por hijo, y sancionar la ley consagrando el matrimonio igualitario y la ley de medios audiovisuales. Es decir, Cristina puso en evidencia coraje y convicción. Los juicios por la verdad histórica así lo demuestran. ¿Qué pasó, mientras tanto con la oposición? Le extendió al kirchnerismo el certificado de defunción y sus principales referentes perdieron el tiempo en luchas internas por ver quién prevalecía a la hora de presentarse frente a la sociedad como el/la referente de la oposición mejor posicionado/a para octubre de 2011. Se olvidaron de brindar a la sociedad un plan alternativo de gobierno, requisito fundamental de toda oposición seria y responsable. El pueblo, que no come vidrio, apostó por la continuidad del gobierno nacional porque, a pesar de sus notorios defectos, constituye la única opción válida para el futuro inmediato y mediato. Valoró sus méritos, que son muchos, e ignoró sus vicios, como la corrupción.

Ello explica, a mi entender, por qué Cristina obtendrá entre el 55% y el 60% de los votos en octubre.

(*) Hernán Kruse, 23/8/011

¿Hegemonía kirchnerista?

Acabo de leer un interesante y polémico escrito de opinión del director del IP en el que proclama la casi inevitabilidad del advenimiento de un sistema de partidos hegemónico al estilo PRI mexicano si la presidenta de la nación mantiene-o incrementa-el caudal electoral del 14 de agosto. Como el sistema de partidos hegemónico implica el fin del sistema de partidos competitivo y, por ende, de la democracia republicana, usted da a entender que una victoria aplastante del cristinismo en octubre podría implicar el principio del fin de la democracia liberal consagrada por nuestra constitución nacional. Igual mensaje comenzó a ser propalado por los dirigentes más importantes de la oposición (Ernesto Sanz, por ejemplo) y, obviamente, por el monopolio mediático.

A mi entender una victoria aplastante del cristinismo en octubre -algo altamente probable- lejos está de implicar el comienzo del proceso de instauración de la hegemonía política en Argentina. ¿Por qué? Sencillamente porque ello significaría que luego del 23 de octubre la presidenta de la nación comenzaría de lleno a crear las condiciones para la implantación de un régimen político donde hubiera una única fuerza política con real vocación de poder, donde los medios de comunicación estuvieran a supervicio, donde los partidos de oposición fueran meras figuras decorativas cuya única función sería la de aparentar ser fuerzas políticas competitivas, donde cada acto electoral no haría más que relegitimar al partido oficialista. Ello significaría, en suma, que Cristina es enemiga de la democracia liberal.

Me atrevo a afirmar sin titubeo alguno que nunca funcionó la democracia republicana tan plenamente como durante la presidencia de Cristina. Hubo plena libertad de prensa (y la sigue habiendo, por supuesto), a tal punto que se llegó a injuriar la investidura presidencial. Y, que yo sepa, nadie sufrió acoso judicial o algún otro tipo de represalia, propia, precisamente, de los sistemas políticos hegemónicos. En junio de 2009 el partido oficialista perdió las elecciones parciales, algo inimaginable en un sistema de partidos hegemónico. La oposición salió muy fortalecida y muchos de sus dirigentes soñaron con calzarse la banda presidencial en 2011. En un sistema político hegemónico los opositores deben rogar todos los días por su vida. En consecuencia, que Cristina haya obtenido el 50% de los votos el 14 de agosto pasado no significa que esté germinando la semilla de la hegemonía política del país. Fue una casualidad la pésima elección de la oposición, justa y duramente castigada por el electorado por los desaguisados que cometió a partir de la derrota electoral kirchnerista en 2009. Lo más probable es que dentro de dos años, si la oposición hace los deberes como corresponde, aumente considerablemente su caudal electoral. ¿O acaso a los radicales se los tragó la tierra? Cristina sacó el 50% de los votos porque el pueblo así lo quiso. Fue su voluntad premiar a la presidenta de esa manera. Así lo hará el 23 de octubre. Pero si en los próximos dos años la presidenta no gobierna bien, será castigada por ese mismo electorado que hoy la aplaude. En la Argentina, afortunadamente, está vigente el principio de la soberanía del pueblo, una entelequia en el sistema político hegemónico. El PRI mexicano siempre ganaba porque a nadie se le ocurría que pudiera perder. En nuestro país a nadie sorprendería que Cristina pierda dentro de dos años si gobierna mal (y si la oposición se pone los pantalones largos).

En definitiva, una goleada de Cristina en octubre sólo implicaría la decisión de la mayoría de extenderle su confianza otros cuatro años. Esa mayoría no quiere saber nada con hegemonías. El recuerdo de la segunda presidencia de Carlos Menem aún está fresco. Es por ello que si emergiera en el seno del gobierno nacional una intención de esa índole, las urnas se encargarán de demolerla en 2013 o en 2015.

(*) Hernán Kruse, 28/8/011

Nuestro drama

Todos coincidimos en afirmar que la presidencia Cristina Kirchner ha sido por demás complicada. Desde la resolución 125 de marzo de 2008, que desató el largo conflicto entre el gobierno nacional y el poder agropecuario, no hubo día en que no se atacara con alevosía la investidura presidencial. El país quedó dividido entre kirchneristas y antikirchneristas, antinomia que fue alimentada por ambos sectores en función de mezquinos intereses. Hoy, a escasos días de las elecciones presidenciales, nos encontramos con que esa división se ha profundizado peligrosamente, con que la antinomia kirchnerismo-antikirchnerismo ejemplifica a la perfección el dualismo amigo-enemigo inmortalizado por el teórico del nazismo Carl Schmitt.

Si uno dedica parte de su tiempo a leer las cartas de lectores que se publican en los medios escritos y digitales del país, podrá percatarse que la figura de la presidenta de la nación despierta odios y amores que no admiten término medio. No existe el gris, la tibieza, la indiferencia. Pero cabe que nos preguntemos lo siguiente: ¿constituye alguna novedad este clima de beligerancia política entre el kirchnerismo y el antikirchnerismo?; ¿es inédito el clima de confrontación política que se palpa de manera ininterrumpida a partir de la asunción de Cristina como presidenta de todos los argentinos? La respuesta cae de madura: no constituye novedad alguna el clima de crispación que se instaló en el país a raíz de la dura confrontación entablada entre el gobierno nacional y la oposición a partir de diciembre de 2007. En efecto, la historia de nuestro país a partir del 25 de mayo de 1810 puede concebirse como la historia de las sucesivas y sangrientas antinomias que tuvieron lugar a partir de aquella gloriosa gesta. Hagamos un breve repaso: saavedristas versus morenistas, unitarios versus federales, rosistas versus antirosistas, porteños versus provincianos, conservadores versus radicales, peronistas versus antiperonistas, civiles versus militares, menemistas versus antimenemistas, y ahora kirchneristas versus antikirchneristas o, si se prefiere, cristinistas versus anticristinistas.

Cada antinomia significó para la Argentina muerte, división, odio, sectarismo; ausencia de espíritu democrático, en suma. Alberdi intentó elaborar una síntesis entre unitarios y federales. Fracasó. Con la constitución de 1853 se creyó que la unidad nacional era posible. La antinomia entre la “civilización” (Mitre, Sarmiento, etc.) y la “barbarie” (los caudillos del interior) la hizo añicos. El régimen conservador fue incompetente para lograr la unión de todos los argentinos. Sáenz Peña y los suyos sancionaron la reforma política de 1910 porque creyeron que Yrigoyen no ganaría. La historia les demostró cuán equivocados estaban. El golpe de septiembre de 1930 fue el desesperado intento del orden conservador por evitar que la Argentina cayera en manos de la “demagogia”. El radicalismo fue visualizado como una fuerza “subversiva”. La antinomia entre conservadores y radicales hizo imposible una convivencia en paz y en democracia. La antinomia se ahondó con el surgimiento del peronismo. El orden conservador y las fuerzas que lo apoyaron en aquel entonces (radicales, demócrata-progresistas, comunistas y socialistas) nada pudieron hacer para detener el ascenso al poder del hombre que marcaría un punto de inflexión en nuestra historia: Perón. Con Perón en el centro de la escena el país quedó a merced de una antinomia que aún perdura: peronismo versus antiperonismo. Su exilio ahondó más el enfrentamiento que se tradujo en una serie de golpes de estado que no hicieron más que allanarle el camino para su retorno 18 años después. La historia posterior es harto conocida. El desafío de la guerrilla marxista, el terrorismo de estado aplicado para aniquilarla, la tragedia de los desaparecidos y el ansiado retorno a la democracia. Con Raúl Alfonsín pareció que las antinomias de antaño pasarían a la categoría de “recuerdo histórico”. El gobierno de Menem les abrió nuevamente las compuertas. Durante una década el país fue sacudido por el fuerte antagonismo “menemismo-antimenemismo” hasta que se produjo la feroz crisis de diciembre de 2001. En mayo de 2003 asumió como presidente de todos los argentinos Néstor Kirchner y a partir de entonces el país quedó a merced de la antinomia “kirchnerismo versus antikirchnerismo”. Su figura no admitió ningún gris. Pero fue con la asunción de su esposa, Cristina Fernández de Kirchner, que ese antagonismo se profundizó de tal manera que el país se asemejó a las décadas del cuarenta y el cincuenta donde Perón era amo y señor del país.

¿Qué nos demuestra nuestra historia? Que hace a la esencia de la sociedad argentina desplegar la política en función de las enseñanzas de Schmitt. Y en ello estriba, precisamente, nuestro drama. Somos incapaces de vivir en democracia, de tolerar a quien piensa de manera diferente. Somos incapaces de aceptar que el que piensa diferente puede tener razón, al menos en algo. Somos incapaces de reconocer las virtudes del adversario, de considerarlo precisamente como tal y no como un enemigo. ¿Puede, entonces, sorprendernos que en pleno siglo XXI algunos hayan festejado la muerte de Kirchner y que imploren al Señor para que algo le pase a la presidenta así la Argentina se libera para siempre de la maldición del kirchnerismo? El 25 de mayo de 1810 comenzó el drama argentino. Los posteriores doscientos años no han hecho más que poner en evidencia su vigencia.

(*) Hernán Kruse, 9/9/011.

Hernán Andrés Kruse

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