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14 de febrero de 2016

No se derrota la inflación con ideas obsoletas by Jorge Raventos

La reunión del último jueves entre el gobierno y los dirigentes sindicales se tradujo en señales de mutua comprensión. La Casa Rosada prometió medidas para compensar la caída de los ingresos (una de ellas, destinada a minimizar los efectos del impuesto a las ganancias sobre los sueldos) y subrayó que se eligió erradicar la inflación con un método gradual para reducir el costo social.

“Pretender bajarla en dos meses solamente es posible con la receta del ajuste”, explicaría al día siguiente el ministro de Hacienda, Alfonso Prat Gay. Hay sectores de la amplia base oficialista (que incluyen opiniones internas del macrismo) que preferirían el shock.

Diálogo para la estabilidad y el desarrollo

Del lado gremial, Antonio Caló, líder de la CGT que estuvo más atada al kirchnerismo, afirmó: “Nos vamos conformes”. Luis Barrionuevo, fundador de la CGT Azul y Blanca, destacó que “el Presidente no puede resolver en 60 días lo que fueron incapaces de hacer en la gestión kirchnerista” y prometió que los gremios se sentarían “con los empresarios con mucho criterio”. Apuntó, eso sí, sobre el principal obstáculo que se le presenta al gobierno: “Le pedimos -dijo- que se ocupe de los estatales, que controlen el tema del Estado porque es el Estado, en definitiva, el que se come lo que nosotros aportamos”.

Traducido: las organizaciones sindicales del sector privado aseguran que ellas no contribuirán a incrementar la inflación con reclamos desmedidos. Como tampoco quieren que sus afiliados se perjudiquen, se mostraron dispuestos a dividir la negociación salarial en dos instancias, de modo de dar al gobierno tiempo para cumplir su pronóstico de un segundo semestre de precios bajos e inversión alta.

Una semana atrás esta columna señalaba: “El gobierno espera que las organizaciones más grandes vinculadas a la actividad privada operen como factores de equilibrio frente a sindicatos del Estado o de actividades subsidiadas, acostumbrados a tener del otro lado de la mesa paritaria a representantes de una patronal dadivosa, sin preocupaciones de competencia ni limitaciones de mercado y en condiciones, además, de jugar con la máquina de hacer billetes”. Los grandes gremios privados dieron satisfacción a aquellas expectativas, pero dejaron en manos del gobierno la tarea (y, si se quiere, el mandato) de poner en caja a los sindicatos estatales.

El encuentro entre el gobierno y el sindicalismo implica el vínculo entre dos perspectivas. Los gremios representan una importante parcialidad, la de los trabajadores asalariados, y han sido elegidos para defender sus intereses. Cuando la economía crece normalmente, el trabajo de la dirigencia es relativamente sencillo: se liga al puro presente y al reparto de la bonanza.

Cuando se viene de varios años de estancamiento y aislamiento internacional, se sufre el peso de la inflación, el desajuste de los precios relativos, el retraso de importantes tarifas, el gasto público desbocado y la caja desfondada, las dirigencias sindicales razonables se ven tironeadas entre el puro presente y una visión de más largo plazo, que excede el distribucionismo. Hay que preservar condiciones para producir y repartir por mucho tiempo; eso se traduce en colaborar en la gestación de más fuentes de trabajo y en la consolidación genuina de las existentes, para mejorar consistentemente las oportunidades del reparto.

Los dos Moyanos y lo que atrasa

Pese a lo que había vaticinado su hijo Pablo, secretario general del gremio de camioneros, Hugo Moyano decidió estar presente en la reunión con el Presidente. Después de que su padre le sacó la escalera, el propio Pablo se vio obligado a admitir que aquella concurrencia era “una cuestión de sentido común” porque la importancia del encuentro con Mauricio Macri superaba largamente la del conflicto de su gremio con el Banco Central.

Si bien se mira, Moyano junior no sólo atropelló el sentido común cuando quiso jugar al número uno de la CGT-Azopardo como arma en su pelea sectorial; también lo desafía en el concepto mismo de esa lucha: la resistencia contra una resolución del BCRA que autoriza a las entidades bancarias a no enviar a sus clientes resúmenes en papel de cuentas y tarjetas y a hacerlo exclusivamente por vía electrónica.

Pablo Moyano esgrime el argumento del desempleo que provocaría la medida. Es un razonamiento antiguo como el progreso industrial: las máquinas destruirían el trabajo de las personas. Cuando los ludditas peleaban contra el maquinismo a principios del siglo XIX, la población mundial rozaba los 1.000 millones de personas. Hoy, con más de 7.500 millones, es difícil afirmar que las sucesivas aceleraciones tecnológicas hayan eliminado empleos.

El joven dirigente camionero propone un estancamiento (y un retroceso) tecnológico como remedio a la desocupación. ¿Supone acaso que un mundo de carretas es más amigable con el empleo que uno de camiones? Por supuesto algunos oficios desaparecen con las revoluciones de la técnica, pero dan lugar a muchos otros (el alumbrado público ya no requiere faroleros, no hay más hieleros a domicilio pero seguramente la luz eléctrica y las heladeras domésticas generaron más empleos que las prácticas anteriores).

El planteo de Moyano junior conspira contra la productividad y hasta contra el medio ambiente y entraña una visión anacrónica; aspira a conseguir buenos objetivos (defender y expandir el trabajo y el empleo) con medios destinados al fracaso. Es una variante del proteccionismo que aísla al conjunto de la economía con la excusa de preservar a una parte que es o se ha vuelto no competitiva.

Si quiere fortalecerse, el movimiento obrero debe renovar su arsenal de ideas y encontrar las que surgen de una nueva realidad, que tiene una clave central en la globalización.

El tema va más allá de las discusiones paritarias. Si en el paisaje político empieza a tomar cuerpo la idea de la cogobernabilidad (ya se corporiza en las sesiones extraordinarias del Congreso), en el campo de la producción y la equidad deberá gestarse el ámbito del diálogo social, donde empresarios, trabajadores y gobierno puedan diseñar sus respectivos objetivos en el marco del objetivo nacional de reintegrarse competitivamente en el mundo, desarrollarse y alcanzar el bienestar.

Llaves y cerrojos

El diálogo político es indispensable para destrabar temas vitales, como el de la llamada “ley cerrojo”, que impide por ahora consumar las bien encaminadas negociaciones con los holdouts, paso indispensable para volver a los circuitos de crédito e inversión normales, los que usan, sin ir más lejos nuestros vecinos Brasil, Chile, Bolivia, Uruguay, Paraguay.

Pese a la empecinada oposición del kirchnerismo residual, se va abriendo paso, paulatinamente, el criterio de revisar esa ley y facilitar la negociación. El núcleo duro K se encoge irremisiblemente. Un ejemplo: mientras el fundamentalismo K bombardeó a los diputados que emigraron de la bancada del Frente para la Victoria para constituir el Bloque Justicialista (los llamaron “traidores”, principalmente a Diego Bossio), Daniel Scioli no sólo evitó los juicios hirientes sino que avaló implícitamente la escisión pues sólo objetó que “no era el momento”. Se sabe que el ex gobernador bonaerense es un tiempista experto.

Scioli admitió, además, que avalaría la reforma de la ley cerrojo. Era previsible: como candidato había dado señales favorables a la negociación con los holdouts y tendió varios puentes. Uno de ellos fue Mario Blejer, uno de sus principales asesores económicos. Blejer asegura hoy que, en materia económica, el gobierno está “tomando las medidas necesarias”. Si durante la campaña podía suponerse que una diferencia fuerte entre Mauricio Macri y Scioli residía en que el primero aplicaría una estrategia de shock y Scioli una gradualista, el camino elegido por el gobierno, al aplicar herramientas que proponía su adversario, restringe la capacidad de movimiento de éste si es que aspira a una conducta coherente.

El flanco económico y la inversión china

El gobierno viene avanzando en los escenarios de la negociación política. Pero exhibe flancos en la economía, en parte consecuencia de su prioridad por contener el conflicto social y de su decisión de moderar todo lo posible el ajuste. La inflación resiste y representa una amenaza: los precios que más suben son los que más afectan a los sectores vulnerables: alimentos, servicios esenciales, medicamentos. Más allá de la vocación no intervencionista del Pro, ¿se volverá imprescindible el ejercicio de algún control estatal?

La inversión tampoco muestra la velocidad que ansía el gobierno. Los vientos mundiales se muestran confusos: Europa (una apuesta de la Casa Rosada) se ve golpeada por fuerzas centrífugas y por el horizonte de inestabilidad que dibujan las grandes migraciones.

¿Por qué no China? Entre 2014 y 2015 China triplicó su crédito a América Latina (el último año llegó a los 30.000 millones de dólares). En rigor, los bancos de desarrollo de la República Popular (Eximbank y el Banco de Desarrollo de China) superan los créditos otorgados el año pasado a la región por el Banco Mundial y el BID (Banco Interamericano de Desarrollo), que no llegaron a los 20.000 millones en 2015.

China se interesa en la región principalmente obras de infraestructura. Brasil recibió 10.000 millones de dólares de financiamiento chino el último año y avanzó como receptor sobre Venezuela, que venía siendo el principal beneficiario del crédito de Beijing.

Beijing observa con atención el comportamiento del gobierno en relación con los contratos firmados durante el reinado de la señora de Kirchner por dos represas en Santa Cruz. La Casa Rosada ha hecho saber que esas obras no le interesan. Tal vez se pueda garantizar a las empresas chinas involucradas operaciones equivalentes que tengan más sentido para la estrategia actual. Lo que no sería prudente es dejar de a pie a una potencia como China, que es cliente importantísimo y que puede ser un gran socio del desarrollo argentino.

La semana próxima una delegación de Córdoba (provincia, con gobierno peronista; ciudad, con liderazgo de Cambiemos) negociará financiamiento para diversas obras en la capital de la República Popular. El ministro tiene programado viajar a Beijing. Respaldará con la autoridad del gobierno nacional las operaciones cordobesas y también conversará sobre las represas de Santa Cruz y la asociación estratégica con China.

La constatación de que, pese a la enrevesada herencia recibida, las iniciativas están en marcha y los diálogos políticos se amplían es, probablemente, lo que provoca melancolía en los nostálgicos que imaginaban que la Argentina poskirchnerista era inviable y estallaría en enfrentamientos rápidos, fruto de la “microresistencia” militante.

Esa amargura se traduce en gestos como el abandono del acampe de la organización Tupac Amaru en la Plaza de Mayo y se lee en palabras como las del eficaz dramaturgo Roberto Cossa, exponente impar del mundo cultural K, que se lamenta porque “en la Argentina hay una mayoría silenciosa que es la que decide. Uno siempre cree -admite Cossa- que como se mueve en sectores que piensan lo mismo, o que piensan, que discuten, que están al tanto, todos son así (pero) la que decide es la mayoría silenciosa”.

Efectivamente. Y la mayoría silenciosa no quiere confrontación; quiere tranquilidad, cambio, bienestar, eficacia, seguridad, modernidad. Aunque algunos sectores “que piensan” se decepcionen.

Jorge Raventos

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