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1 de noviembre de 2015

La implosión peronista by Carlos Tórtora

Dos fenómenos políticos van tomando forma a medida que se acerca el #22N. La sociedad empieza un romance con Mauricio Macri, como suele pasar con todos los que están por ganar, y el peronismo da pasos concretos hacia la que posiblemente sea su mayor crisis interna desde el 30 de octubre del ‘83, cuando Raúl Alfonsín vapuleó a Ítalo Luder en la elección presidencial y un ignoto médico de Saladillo, Alejandro Armendariz, le arrebató la gobernación de Buenos Aires al poderoso Herminio Iglesias -caudillo de Avellaneda-, algo muy parecido a lo ocurrido con María Eugenia Vidal y Aníbal Fernández.

Ayer, Florencio Randazzo oficializó la crisis interna del cristinismo con una sola frase: “ha decidido que el candidato a presidente sea el gobernador Daniel Scioli y los resultados están a la vista”. Este planteo confronta con la visión que CFK intenta darle al fracaso del #25-O. Es decir, que Scioli es un pésimo candidato y que ella tiene que terminar jugándose para tratar de ganar el ballotage. Este despunte del cristinismo disidente se estaba esperando, porque Aníbal Fernández, ante su derrota, acusó al fuego amigo, es decir, a Randazzo y Julián Domínguez.

La inminente implosión del peronismo muestra un mapa inquietante. Por un lado, quedan los restos del kirchnerismo más cuestionado, que en el interior simbolizan Juan Manzur en Tucumán y Gildo Insfrán en Formosa y a nivel nacional La Cámpora.

Tal y cual se están dando las cosas, el principal objetivo político de Cristina, si se consuma el triunfo de Macri el #22N, es negociar la impunidad de ella y los suyos ante los riesgos de una ofensiva judicial que los lleve al procesamiento.

Ocupando un rol central en el nuevo mapa, está Sergio Massa, que montó un show mediático destinado a instalar que él es el árbitro del ballotage y que luego será el artífice de la gobernabilidad. Cualquiera sabe que ni Massa ni ningún candidato puede llevar sus votos así como así de un lado al otro. Pero Macri también sabe que necesitará los votos de los diputados massistas en la Cámara Nacional y también en la Legislatura bonaerense, así que el juego de toma y daca sigue adelante. El problema es que el tigrense es hoy un aliado conveniente para el PRO pero su ambición de ser presidente en el 2019 es evidente. O sea que el massismo apuesta a un Macri para sólo cuatro años. En otras palabras, que necesita su fracaso y no su éxito.

Un tercer espacio es el de los kirchneristas moderados que apostaron a Scioli, como Domínguez, Sergio Urribarri, Maurice Closs, José Luis Gioja, etc., que se están quedando sin su figura, porque nadie piensa que un hombre que sólo hizo política desde el poder pueda sobrevivir estando en el llano y siendo señalado como el gran mariscal de la derrota. Pero los sciolistas son absolutamente dialoguistas y buscarían negociar sus espacios con el macrismo sin entrar en conflictos de ninguna clase. Lo mismo vale para el neokirchnerismo de Randazzo. Y lo mismo para potenciales presidenciables como Juan Manuel Urtubey, que se sienten cómodos con el PRO.

Esto vale para concluir que Macri, si gana, no se enfrenta a un peronismo agresivo sino francamente dialoguista y negociador. Pero para el PRO, igual el riesgo es grande. Macri cimentó su carrera política sobre la base de cultivar la nueva política y no aparecer ligado a las internas del PJ. Esta línea lo llevó en el 2011 a rechazar la alianza con Eduardo Duhalde, decisión acertada, ya que éste terminó sumando menos de 7 puntos. Ahora, teniendo que gobernar un país con 60 por ciento de votantes peronistas, el jefe del PRO debe decidir si intenta seguir distante de cualquier compromiso fuerte, lo que parece imposible. “El problema -sintetizaba un dirigente del PRO- es que los radicales se conforman con cargos pero los peronistas quieren el poder”.

En síntesis, que si el macrismo abre sus puertas a las distintas facciones del peronismo, se enfrentaría a por lo menos dos consecuencias: estaría interviniendo decididamente en una interna pejotista que promete ser salvaje y, en segundo lugar, se arriesgaría a que los experimentados dirigentes justicialistas empiecen a crecer dentro de la administración del PRO. En su momento, Alfonsín, contando con una UCR mucho más grande y más rica en recursos humanos que la actual, se limitó a pactar con algunos sectores del PJ, hasta incorporando ciertos dirigentes a las filas del gobierno, pero nada más. La UCR de hoy, aliada de Macri, ha perdido peso y cuadros dirigentes en todo el país y se refugia sobre todo en el Congreso y la Justicia.

Tierra arrasada

Mientras este panorama se va dibujando en el horizonte, los hechos se precipitan. En el conurbano bonaerense sobre todo, se inició hace una semana la operación “tierra arrasada” y en muchos municipios donde el FPV perdió ante CAMBIEMOS, están destruyéndose las pruebas de innumerables ilícitos, realizándose contrataciones multimillonarias a último momento y hasta saqueándose literalmente el patrimonio físico municipal. Aunque la información todavía es menos precisa, las trituradoras de papeles ya están funcionando también en las oficinas de ministerios, secretarías y organismos nacionales. En este punto, Macri personalmente se enfrenta a un dilema muy delicado. Si los funcionarios entrantes hacen la vista gorda y no auditan lo que reciben, el día de mañana podrán hasta ser acusados de encubridores y, si auditan y descubren lo que todos presumimos, se verán obligados a poner las pruebas inmediatamente a disposición de la justicia y la situación política se tensará rápidamente, que es lo que Macri justamente no quiere. La diferencia de la actual situación con la llegada al gobierno de Fernando de La Rúa en el ‘99 es más que notable. Los casos de corrupción que dejaba el menemismo eran significativos pero no había un escandaloso esquema de saqueo sistemático del erario público como el actual.

Así las cosas, sólo cabe preguntarse, mirando el pasado del PJ, si pronto no habrá tres o tal vez más facciones peronistas disputándose encarnizadamente la conducción del PJ nacional -y del bonaerense- con vistas a avanzar en las legislativas del 2017.

El éxito de Macri como presidente es simplemente incompatible con las ambiciones de Massa y Urtubey. El caso de CFK es distinto. Ella podría volver como senadora nacional por Buenos Aires en el 2017 pero su retorno a la Rosada es impensable. Aparte estará, de un modo u otro, jaqueada por la justicia por mucho tiempo. Con este cuadro, el cristinismo puede llegar a ser menos peligroso para el PRO que el peronismo moderado y afín a las ideas de CAMBIEMOS.

En el juego que está a punto de empezar, por primera vez en la historia una fuerza política nueva tomaría el poder por sus propios méritos, pero debiendo convivir con un gigante político cuya vitalidad lo ha hecho sobrevivir a fracasos estrepitosos.

Carlos Tórtora

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