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10 de enero de 2014

"Del 83" - Escribe el Lic. Guillermo Raffo

Una columna que creímos importante compartirla, abusando de la generosidad de Guillermo Raffo y que fuera publicada tiempo atrás por los amigos de La Manuela Molina por los 30 años de democracia.
No pierda mas tiempo y disfrute, que hasta por ahí, se puede sentir identificado, como nosotros!
(Vaya a la sección leer mas, por las dudas vió?)

Democráticamente hablando, nací en el 83, sin Kennedy a la cabeza. Para entender el doble sentido de la frase anterior te recomiendo escuchar “Del 63” de Fito Páez y no tanto a Fito Páez. Voté a Alfonsín porque la quema de ataúdes ya entonces me parecía espantosa. Para entender esta frase podés que googlear Herminio Iglesias + ataúd y ver el video del entonces candidato a gobernador del PJ quemando uno de la UCR en el acto de cierre de su campaña. Si tomamos esa fogata primitiva como punto de partida queda claro que nuestra democracia algo avanzó. Entonces, yo tenía 18 años y el clima de primavera democrática me entusiasmó tanto que decidí estudiar Ciencias Políticas. Elegir mi carrera fue la primera decisión más o menos libre de mi vida. Resumiendo: yo quería ser periodista como mi viejo y no quería ser abogado, como mi vieja quería. Así, las ciencias políticas nos dejaron a todos más o menos contentos: yo ya no sería abogado y mi mamá podría presumir con sus amigas que seguro un día su hijo sería presidente. Te aseguro que esa no fue la única vez que decepcioné a Amanda. En la Facu descubrí que ser radical era ser demasiado moderado, aunque para el resto del mundo ser radical siempre fue ser cualquier cosa menos moderado. Ahí, comencé a militar en el Partido Intransigente. También es difícil explicar en el mundo que un partido político democrático pueda llamarse “intransigente”. Invariablemente les suena a Hitler o a Chávez. Y tienen razón. Fui miembro del primer centro de estudiantes universitarios que se organizó en democracia. De buenas a primeras me transformé en un militante arrogante lleno de verdades. Abusábamos de la palabra liberación, dividíamos al mundo entre buenos y malos y al bar de laFacultad entre los boludos y nosotros. Éramos como La Cámpora pero sin plata ni poder. Estuve en plaza de mayo cuando Alfonsín nos garantizó que la casa estaba en orden. Vi como mi viejo perdía una mitad del patrimonio familiar con la hiperinflación radical y la otra mitad con el uno a uno cavallomenemperonista. Uno a uno se fueron cada uno de nuestros bienes. Para entonces, yo ya tenía dos hijos y vivía en Córdoba. En el 2001, por cuestiones laborales, presencié la reunión donde los gobernadores justicialistas decidieron que Rodríguez Saá sería el presidente que reemplazaría al no-presidente De la Rúa. Ni te cuento los detalles porque no quiero amargarte las fiestas de fin de año. El Adolfo se había comprometido a llamar a elecciones en tres meses, pero arrancó cambiando la moneda, decretando la moratoria de la deuda externa bajo aplausos inconscientes, prometiendo crear un millón de empleos o plantar un millón de árboles (sólo me acuerdo del tamaño de la locura, todo era millón). Más que tres meses parecía que el tipo se quedaría un millón de años. Pero en apenas una semana la crisis se lo llevó a San Luis, lugar bonito de donde tal vez nunca debería haber salido. Vino Duhalde y se fue Duhalde y todos los que depositaron dólares recibieron pesos devaluados o alguno de esos bonos. Llamaron a elecciones. Kirchner ganó por abandono, yo lo voté porque más Menem ni en pedo y dos meses después, cuando vi que eran más de lo mismo, me fui del país y no volví (a votar) nunca más. En diez años de expatriado construí una carrera profesional y un patrimonio. Cosas que mis padres perdieron en Argentina sin saber muy bien cómo ni por qué. Hoy, tengo 49 años, una cuenta en el banco y otra en facebook donde intento, con algo de humor, llamar tu atención sobre las cosas que pasan en el país y que, según dicen, sólo pasan en nuestro país. Y mientras escribo todo esto me pregunto por qué, después de 30 años de democracia, en Argentina hay saqueos, inflación, escasez de divisas y abundancia de división. Por qué nos cuesta tanto aprender de los errores. Porqué es tan difícil ponernos mínimamente de acuerdo en cualquier cosa. Me pregunto por qué últimamente la política me distanció de algunos amigos si la amistad es mucho más importante que la política. Por qué, treinta años después del 83, parece que estamos, otra vez, en el mismo lugar de dónde se suponía que habíamos salido. O será que nunca salimos? Igual, espero que vos también, yo no termino de perder la esperanza. Debe ser porque es lo último que se pierde. Por lo menos es lo que dicen los que ya perdieron todo. No pido mucho. Pido un gobierno que no se crea mejor ni más importante que yo ni que vos. Pido gobernantes que no se olviden que la política todavía nos debe el país que nos prometió. Pido un presidente o presidenta que en lugar de echarle la culpa de lo que pasa a los otros (los anteriores, los fondos buitres, el capitalismo malvado bla bla bla), tenga el coraje de decir la verdad y asumir los propios errores. Pido un presidente que gobierne para los que lo votaron y especialmente para los que no lo votaron. Pido cosas básicas, como que la ley sea igual para todos sin importar si sos albañil o vicepresidente. Pido alguien, muchos alguien, con grandeza, capacidad y algo de humildad. Pido, porqué no, un Nelson Mandela, total soñar es gratis. Pido, amiga democracia, queme sorprendas, que me demuestres que estoy equivocado, que me demuestres que con vos, para un argentino no hay nada mejor que otro argentino. Que con vos se come, se cura y se educa. La corto por acá. En casa estamos por cenar. De fondo suena La Canción Lógica de Supertramp, en vinilo: Hay momentos, cuando todo el mundo duerme En que las preguntas se vuelven demasiado profundas Para un hombre tan sencillo como yo. Quieres decirme, por favor, lo que hemos aprendido? Viste? Soy del 83.

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