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2 de agosto de 2012

JUAN MARIA VIANNEY, el Cura de Ars. Una editorial de Delia Molaheb de Germade para Los Toldos es noticia

Nació en Dardilly el 8 de mayo de 1786. Sus padres fueron Marie Béluse y Mathieu. Era el cuarto hijo de seis hermanos, una familia modesta de campesinos con una sólida tradición cristiana. A los 13 años recibió su primera comunión. La educación cristiana recibida en familia y el testimonio valiente de un sacerdote, Don Balley, lo marcaron profundamente. Poco a poco fue madurando en él la idea de consagrarse a Dios en el ministerio sacerdotal. Existía un grave obstáculo: la ausencia de una mínima formación. Seguro de su vocación, Juan María, fue a Ecully con Don Balley. Gracias al ánimo e insistencia ante los superiores de la Diócesis logró acceder a las órdenes sagradas, tras afrontar duras pruebas, entre ellas la de ser expulsado del Seminario Mayor por no ser considerado idóneo para los estudios. Tras varias vicisitudes fue ordenado sacerdote el 13 de agosto de 1815. Enseguida fue enviado como adjutor a Ecully con Don Balley. Allí estuvo dos años hasta la muerte de su protector.
Un nuevo y extenso capítulo se abrió para él, con el traslado a Ars, aldea de 250 habi-
tantes de condición humilde. La gente no era atea o de condición anticlerical, pero vivía
una religiosidad superficial y banal. El joven sacerdote se encontró solo para llevar adelan-
te su tarea con toda la comunidad. Tenía como primer objetivo conducir las almas a Dios,
como un verdadero pastor. Tuvo que sufrir oposiciones y calumnias. Sin embargo eligió
el camino de la penitencia y se arrodilló ante el Altísimo para arrancar a las almas de su
Parroquia de la condenación. Exhortó a sus parroquianos a llevar una intensa vida religiosa
por medio de la frecuente participación en los sacramentos, especialmente en la Eucaristía.
La intensa cura de almas estaba atenta a las peticiones de los más necesitados.
“El cura de Ars era la viva imagen de ‘Jesús el buen pastor’, el pastor de la humanidad,
que quiere para nosotros la vida, quiere guiarnos hacia buenos pastos, que lleguemos
al destino de nuestro camino, que es precisamente la plenitud de la vida”
(Benedicto XVI).
Desde 1818 a 1859 vivió en Ars haciendo las misma cosas, sin embargo cada misa, confesión, predicación o penitencia las vivía siempre con intensidad y frescura de espíritu.
La santidad del Cura de Ars se funda, no en las grandes cosas sino en la cotidianeidad y simplicidad del propio ministerio. El 4 de agosto de 1859 le llegó la muerte que aceptó con sencillez y abandono confiado en Dios. En 1905 fue beatificado y posteriormente canonizado en 1925; fue declarado patrono de los sacerdotes de todo el mundo.
Se ha convertido en santo no porque haya sido colmado de dones particulares sino por su simplicidad y humildad de vida. Un ministerio perseverante y la constante fidelidad a su “buen Dios”.