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16 de abril de 2017

¿Se acabará? por Malú Kikuchi

Micaela García tenía 22 años. Era linda, inteligente, la vida no le era indiferente. Estudiaba, militaba políticamente, defendía posiciones extremas. Una madrugada en la tranquila Villaguay, un violador serial, que no debía estar en libertad, la violó y la mató.

Puede que las posturas y la militancia de Micaela no le caigan bien a todo el mundo. Pero acá hay una víctima y un victimario. Y la víctima es Micaela y el victimario no es un individuo forzado por la sociedad injusta y malvada a ser un violador serial y un asesino. ¡Basta de abolicionismo penal!

Sebastián Wagner, que ya confesó el crimen, estaba condenado por 2 violaciones a solo 9 años de prisión. El juez, Carlos Rossi, probablemente discípulo intelectual de Eugenio Zaffaroni, decidió, en contra del consejo de los peritos, dejar a Wagner en libertad, antes de tiempo.

Puede que si Wagner hubiese cumplido toda su pena, el comportamiento fuese el mismo con otra chica, es muy factible. Los violadores son enfermos incurables. Es un hecho que la sociedad, los juristas y los médicos, deben debatir: qué hacer con los violadores.

Pero eso es solo una suposición. Lo real es que Wagner salió antes de tiempo, que violó y mató a Micaela. ¿Por qué este hecho horroroso nos llama la atención? En Argentina es casi cotidiano, las noticias sobre violaciones y femicidios, abruman.

¿Qué hace diferente el caso de Micaela de los demás casos igualmente terribles? Muy simple, la militancia política de Micaela. Pertenecía al Movimiento Evita, el de Emilio Pérsico. Su funeral, en Concepción del Uruguay, fue más bien un mitin político. Desde los asistentes, a los cánticos.

El gobernador Bordet llamó por teléfono, el senador Juan Manuel Abal Medina asistió con el ex canciller Jorge Taiana y con Emilio Pérsico. El Indio Solari, advertido que Los Redonditos de Ricota eran la banda preferida de Micaela, cantó por teléfono la canción predilecta de la víctima, “Juguetes perdidos”, que los padres de la chica hicieron escuchar desde el celular a través de los altoparlantes.

1.500 chicos cantando “Por vos juramos vencer”, ¿vencer a quiénes, a los violadores, a los asesinos, a los jueces abolicionistas, al gobierno de Cambiemos, a quienes? Alguien sabrá, por ahora las preguntas no tienen respuesta. Pero lo importante de la importancia que se le dio y se le da a la muerte de Micaela, es que ha puesto sobre el tapete el tema del abolicionismo penal.

Hasta ahora, la mayoría de los abogados salidos de las facultades de derecho del país en los últimos 40 años, han sido educados en el abolicionismo penal, mal llamado garantismo. Garantistas son aquellos que defienden las garantías constitucionales. Los medios han ayudado a difundir las teorías de Zaffaroni.

Eugenio Zaffaroni es, a través de su libro “En busca de las penas perdidas” 1989, el adalid del abolicionismo penal. Algo que en estos 2 últimos años llamó “errores de juventud” (lo escribió a los 49 años, una juventud un poco tardía), pero esos “errores de juventud” han distorsionado la mente de demasiados abogados y juristas. El resultado es un país sin justicia.

Un precio muy caro para pagar por “errores de juventud”. Lo único bueno, si es que la muerte de una joven puede tener algo de bueno, es que los medios han empezado a hablar de abolicionismo, dejando el garantismo de lado. Y ya no mueren de emoción al nombrar a Zaffaroni y lo cuestionan.

Si Argentina empieza a sacarse de encima las teorías de Zaffaroni, donde las víctimas siempre son las culpables, quizás se entre en la normalidad. Una forma de entender que violar, matar, asaltar, prostituir, robar, estafar, está MAL y debe ser castigado con penas de acuerdo al delito cometido.

Si se acaba el abolicionismo penal, nacerá una Argentina más justa. Y Micaela y tantas otras, no habrán muerto en vano. ¡Ojalá así sea!

Malú Kikuchi

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