Es increíble lo poco que cuesta hacerse el distraído, es enorme la cantidad de personajes que miran y no ven lo que pasa y nos pasa a todos en el país, porque lo que pasa, de verdad nos pasa a todos, los que de un lado y otro quedaron divididos por esa línea imaginaria que obliga a diferenciar a los unos de los otros, así estamos increíblemente mirándonos, dejando que la vida nos pase viendo como todo da igual, callándonos cuando debemos hablar, hablando sin escuchar, distraídos cada uno con su propia realidad que supera a la realidad de todos los días, la que nos hace rascarnos donde más nos pica y mientras tanto todo pasa, todo sigue, todo da igual, da lo mismo aquel burro del tango que el gran profesor.

Hoy hay grupos perfectamente diferenciados, son los que ofendiendo todo el tiempo se sienten ofendidos, hoy los que roban son los que acusan, los que matan son los que están en libertad, los que mienten dicen la verdad, los que insultan se sienten insultados, los que hablan de derechos humanos caminan y proceden torcidos, los que estafan condenan a los que los acusan, analizar la realidad, de manera feroz recibe la sanción de los sabiondos y suicidas, de grupos fanatizados por una extraña dosis que no se vende, no se compra, se transmite, enferma.

Enumerar eso que pasa es ser redundante, es repetir lo que todos saben incluso, los que parecieran que lo ignoran, es una extraña mecánica de gobernar es mirar y no ver lo que genera jugar con la espera de los que siempre esperan, es el modo eficiente y sin culpa alguna con el que ejercen el poder los que pueden hacer lo que les venga en ganas.

En este contexto desproporcionado y peligroso donde solo algunos ganan y todos perdemos se vive como incitados a ser violentos por el silencio que aturde, el que silencia con una billetera a los que hoy dicen una cosa y al día siguiente lo escriben de otra manera, es un sistema que premia la mentira y castiga la verdad todo el tiempo.

No hemos convertido en un país pionero en cruzar límites de los que se corre el riesgo de no volver, y estamos todo el tiempo ahí, pisando esa línea que puede cruzarnos del otro lado, llevarnos a donde están los que simplemente no piensan igual para enfrentarnos desproporcionadamente, sin ese límite que se necesita para que el respeto no se pierda, la sensatez no nos abandone, la violencia no se nos meta en el alma.

La libertad de razonar, de preguntar, de analizar, de querer saber, de discrepar es condición saludable y necesaria para nuestra existencia, pero también para poder seguir conviviendo de un lado y otro de la peligrosa línea imaginaria.

Gustavo Sampayo

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