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22 de febrero de 2016

Cara y seca de WhatsApp

El uso y abuso de la telefonía móvil, como el del frecuentado WhatsAspp, han desembocado en una especie de síndrome de “cabezas gachas” que se ve en las calles de nuestra ciudad. Desde que los celulares traen incorporadas tantas funciones paralelas al tradicional “llamado” para el cual fue diseñado originalmente, en los últimos tiempos se hicieron evidentes los efectos en los usuarios de distintas edades, profesiones y clases sociales...

“Los jóvenes ya vinimos con este chip, pero no creo que sea tan bueno para la vida en sí. Pero también está usándolo a full la gente más vieja”, dijo a diario Hoy  Cristian, un joven de 17 años de La Loma, al ser consultado por el uso de la aplicación.

Según la socióloga y docente univesitaria Lucrecia Arceguet (76), quien escribiera el libro Comunicación y globalización (sobre nuevas tecnologías, edición UNLP) “no lo veo como una adicción, y si la generara no creo que sea mala. Es importante estar conectados. Ya habíamos cambiado cuando el TV pasó a ser un comensal más en la mesa, con hogares donde no se come sin TV, pero ahora no se come sin el celular en la mesa que te anuncia ‘tenés un nuevo mensaje’ y lo chequeás”. Curiosamente, ella confiesa tener dos celulares y usar “el último que compré donde tengo mas funciones, pero del otro no me puedo desprender. Incluso tengo el WhatsApp, con grupos de amigos, y suelo usarlo para charlar mis adjuntos de la Facultad, para comunicamos los trabajos prácticos y fechas de exámenes”.

Esclavitud y desencuentros

En un grupo de WhatsApp creado por meditadores de una asociación local, Enrique, uno de los más experimentados en el milenario arte oriental, contó a nuestro diario lo que escribió para los miembros adheridos al chat móvil: “Felicitaciones por este esfuerzo que están haciendo de juntarse para meditar por Skype, pero por ahora me salgo de este grupo de WhatsApp… Recibo tantos mensajes todo el tiempo que preciso focalizarme en lo que realmente puedo atender. El celular es maravilloso pero también puede esclavizar”.

A modo de probar la fuerza de la concentración (y no desperdiciar tanta energía mental), destacó que “los sabios en la antigüedad ya comparaban a la mente con el loco saltar de un mono” y remarcó “el valor de saber cuidarla”. 

En diálogo con este medio, el couch deportivo Carlos Girardengo (52) dijo que utiliza al celular para llamar a los familiares. “El teléfono ha modificado conductas, hay un nuevo paradigma que disgrega, separa y no permite la comunicación entre las personas vía oral, que creo es lo que enriquece las relaciones, todo lo que implica mirarse, sentirse y percibir en otra persona mediante el diálogo. Con los mensajitos y el WhatsApp se siguen pierden sensaciones, percepciones, gestos, además de modificarnos los tiempos de encuentros”. 

Al popular dúo de Facebook y  Twitter, que reemplazaron en buena medida al propio correo electrónico, ya se le sumó WhatsApp como otro indiscutido. La comunidad devota de la aplicación nunca se cansará de destacar lo mucho que ahorra en llamadas gracias a su sistema de  mensajes -incluso de audio- a base de  conexiones wifi.   

1000 millones

WhatsApp, cuyo término es resultado de un juego de palabras entre la frase What's up? (¿Qué tal? o ¿Cómo va?) y el diminutivo app de la palabra inglesa application (aplicación), llegó ya a 1000 millones de usuarios. Es decir: una de cada 7 personas de la tierra lo tienen entre sus dispositivos móviles. 

Un directivo de la empresa explicó que cada día se envían por este medio 1600 millones de fotos y 250 millones videos.

“Se dan reacciones comparables a la abstinencia”

Por Lic. M.Celeste Enrico - Psicóloga. Miembro responsable del área psicológica Centro de Orientación La Plata (COLP). 

Desde la aparición de la telefonía celular móvil hemos sido testigos de grandes cambios en cuanto a la conducta de las personas, así como en nuestras maneras de comunicarnos y de relacionarnos con el otro. 

 

Estos cambios se vieron aún con mayor contundencia cuando el uso de ésta se fusionó con el de internet y consecuentemente con las redes sociales. El uso excesivo muchas veces es comparable con una conducta adictiva ya que no sólo no se puede dejar, sino que ante la pérdida o el extravío del teléfono se experimentan reacciones comparables a la abstinencia, como algo que está faltando de manera insoportable y que no puede reemplazarse con nada. Entre muchas otras causas, donde podríamos situar a la cultura consumista, en donde la apropiación de ciertas tecnologías aportan sentido de pertenencia, también podríamos suponer que el uso excesivo responde a las nuevas configuraciones vinculares. Lo que se vislumbra como un fenómeno de la época es lo que Zygmunt Bauman denomina relaciones “líquidas”, o vínculos efímeros, que pueden disolverse con la facilidad de un click. La paradoja de este medio “comunicacional” es que pareciera acercarnos los unos a los otros, no obstante, lo que apreciamos a nivel fenomenológico es todo lo contrario, el aislamiento. Personas comunicadas con el mundo por las redes sociales, pero que pueden ir en un colectivo sin siquiera intercambiar una mirada o parejas en un restaurant mirando celulares, sin hablarse. 

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