Poco sabemos de la vida de San José actuando en familia, sacado de su profesión de carpintero, pero es indudable que cumplía con sus deberes de padre  y que Jesús crecía no solo en edad sino en los valores éticos y morales que le trasmitía su padre nutricio.

             Se  ha dicho muy poco o casi nada sobre su vida pública, ni se ha transmitido nada concerniente a su cultura ni a su teología, todo gira en rededor a lo relacionado con Jesús y María donde San José ocupa un lugar secundario y donde se pierde prácticamente su figura luego de encontrar a Jesús perdido y hallado en el templo.

       San José “el carpintero”,  al que  vemos como a un personaje común de la época, con una profesión sin estridencias, servicial, de gran corazón, una figura que hubiera hecho nada más lo que  todo hombre hace,  cuidar de su familia, trabajar, educar a sus hijos y cumplir con sus obligaciones de padre.

            “Hoy la Iglesia, al venerar a San José, elogia su fe y su total docilidad a la voluntad divina” (Juan Pablo II).  Desde esta perspectiva  de veneración  a la que nos invitaba el recordado Juan Pablo II , podemos mirar y descubrir en San José, al hombre silencioso, que tiene en claro el servicio, que acepta los sueños, un hombre de corazón dispuesto y que dijo sin medir consecuencias “SI” al plan de Dios, sin temores ni cuestionamientos, donde aceptó ser el responsable del cuidado de la familia, la educación a Jesús y del amor incondicional a María;  padre de familia, que obedeció en un todo los mandatos de Dios. Se dirigió a Belén de Galilea,  luego a Egipto y  volvió  a vivir a Nazaret, donde tiene  que cumplir, con los designios de cuidar a su familia y donde con María aman a Jesús, quien aprende en las tareas de todos los días la palabra amor en la lucha diaria.                                                         Así se cumple la profecía que Jesús sería llamado: “Nazareno”.

            De San José podemos decir: todo lo hizo bien, era un hombre justo, con virtudes humanas y divinas. Para José, mas importante que saberse personificado del Padre, era vivir, con sinceridad y humildad las virtudes del Padre, del esposo, del educador y del trabajador.  “… porque él es el hombre justo que diste por esposo a la Virgen, Madre de Dios, el servidor fiel y prudente que pusiste al frente de tu familia, para que, haciendo las veces de padre, cuidara a tu Hijo único, concebido por obra del Espíritu Santo, Jesucristo, Señor nuestro” (Prefacio de la Solemnidad de San José).                                                               

            Desde los primeros siglos, los Padres de la Iglesia, inspirándose en el Evangelio, han subrayado que san José, al igual que cuidó amorosamente a María y se dedicó con gozoso empeño a la educación de Jesucristo, también custodia y protege su cuerpo místico, la Iglesia, de la que la Virgen Santa es figura y modelo. San José ha sido llamado por Dios para servir directamente a la persona y a la misión de Jesús mediante el ejercicio de su paternidad; de este modo él coopera en la plenitud de los tiempos en el gran misterio de la redención y es verdaderamente «ministro de la salvación». En tiempos difíciles para la Iglesia, Pío IX, queriendo ponerla bajo la especial protección del santo patriarca José, lo declaró «Patrono de la Iglesia Católica