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11 de agosto de 2017

La industria argentina de los juguetes sexuales por dentro

"¿Qué hace una chica como vos acá?", le preguntó una mujer de unos 50 años a Laura cuando la vio de jean y zapatillas tomando mate del otro lado del mostrador en el sex shop que atendía en Lavalle y Florida. Un local modesto con puerta a la calle, todo un desafío para un rubro por lo general confinado a los subsuelos de las galerías del microcentro.

No sé qué esperaba la mujer, que la atendiera vestida de cuero", se ríe Laura, que junto con su hermano Federico hoy trabaja en Proviplast, la fábrica que su papá Julio Galanterni fundó hace ya más de 40 años y que hace 15, cuando la onda expansiva de la convertibilidad y el "uno a uno" hacía estragos con la industria nacional, dejó de hacer juguetes para niños y se puso a fabricar vibradores para adultos.

"Esto salvó la fábrica, a mí y a mi familia", le dijo Julio a Infobae abriendo los brazos en medio de un pasillo, rodeado de cajas llenas de vibradores y estimuladores anales de diferentes diseños y colores. A unos metros un operario, un chico flaco y de dedos largos, colocaba con pericia dispositivos de vibración adentro de macizos con forma de pene, con el mismo gesto y desinterés que si tapara botellas de gaseosa.

"Hubo dos cosas que ayudaron mucho a la industria en los últimos años. En la década del 2000 te diría que la aparición de la sexóloga Alessandra Rampolla, que animaba a explorar la sexualidad con más naturalidad y de 2010 para acá el éxito de 50 Sombras de Grey, que ayudó a la gente a conocer más sobre este mundo", le dijo a Infobae Gustavo Vidal, General Manager de Extasy Collection, sex shop pionero en el país y con presencia desde hace más de tres generaciones.

Su abuelo vio el negocio en 1984 apenas restaurada la democracia en la Argentina y corrió con la mejor de las ventajas: fue el primero. Gustavo, que hoy tiene 43 años, empezó a los 24 repartiendo a domicilio los productos eróticos para mayores de 18 del sex shop de su papá. Hoy Extasy Collection tiene cinco locales en Capital Federal, son mayoristas, importadores y además de accesorios, geles o disfraces, dan consultorios con "información sobre sexualidad libre y clara".

Otro de los servicios son las reuniones "Tupper Sex". La práctica, que unos diez años atrás fue furor, logró que muchas mujeres que no se animaban a explorar solas el mundo de los juguetes sexuales, se atrevieran a hacerlo en grupo. Valijas a domicilio, por lo general cedidas por sex shops, con el objetivo de mostrar las distintas variedades de artículos. Para conocer entre amigas las distintas alternativas en materia de productos y como si se tratara de un plan pedagógico educativo, aprender jugando.

De la crisis del "uno a uno" al mundo de los juguetes sexuales

En casa de los Galanterni hay una anécdota que hoy Julio narra entre risas y ante la mirada inquisitiva de Laura, a la que un poco todavía le avergüenza recordarla, pero que él admite que antes lo hacía "llorar cada vez que la contaba". "Tuvimos épocas difíciles, habíamos suspendido el diario, el dulce de leche y mi suegra les trajo un día un pote a los chicos porque decía ¿cómo mis nietos no van a comer dulce leche?. Y Laura agarra entonces un escarbadientes, raspa el dulce con la punta y pregunta ¿Así está bien mamá? Y lo preguntó en serio". "Yo le estoy agradecido a los juguetes sexuales, fueron una bendición", añade.

Ni los santos ayudaron tanto a la familia como los vibradores. "Nosotros no somos católicos, pero yo vi las vírgenes que hay y dije esto es una falta de respeto al que cree. Yo digo si hago una virgen como corresponde tengo que vender. Hicimos un montón, íbamos a la Iglesia de San Cayetano para intentar vender; pero no vendimos nada", se ríe recordando los días en que hubo que empezar de cero, que se separó su socio, que cerró la fábrica de Ciudadela, que pasó de tener 70 empleados a sólo uno, que tuvo que reconvertirse para sobrevivir.

"La gran diferencia estuvo en la calidad porque en ese momento nadie hacía esto, pero como nosotros veníamos con toda la experiencia de hacer juguetes, teníamos la técnica y sabíamos trabajar", explicó Julio, aunque asume que no fue fácil adaptarse al nuevo rubro: "Cuando empezamos con esto fui una vez por primera vez a un sex shop a ver y era una cosa toda roja, con luces, un tugurio, todo oscuro, todo prohibido. Pero era mi supervivencia, había que ir, yo vendía cada producto 17 dólares y era una fortuna. No se vendía mucho, pero era eso. Me costó horrores".

"A mí me contaron cinco años después que lo que hacían en la fábrica", dejó saber Laura sobre esa época en que la empresa familiar sólo producía juguetes sexuales. El nuevo rubro logró sacarlos a flote cuando todavía se estaban acostumbrando a la idea. Hoy ofrecen más de 60 modelos entre los cuatro tipos de artículos que producen: vibradores, estimuladores anales, vaginales y anillos.

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