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25 de julio de 2015

¿Nueva política o voto estratégico? by Luis Tonelli

La verdad es eso que dura hasta que a la realidad se le ocurre desmentirlo. Por supuesto, uno puede siempre tener una explicación a mano de por qué “esta vez fue diferente”. Pero claro, el problema es cuando esta explicación ad hoc se tiene que dar constantemente…

Mauricio Macri está en una encrucijada: o acepta que el modo en que quiso entender la política estaba equivocado o bien prefiere olvidarse de ganar, quedarse con su verdad y juzgar que todos los demás son los equivocados.

Para Macri y los suyos, el 2001 marcó un antes y un después en la política nacional, y en eso es imposible no estar de acuerdo (cosa muy diferente a estar de acuerdo en el modo en que la crisis ha impactado sobre la política). En la visión del todavía Jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, en la que está acompañado no sólo de sus colaboradores más íntimos sino también de prominentes académicos, la crisis marcó el ascenso imparable de la demanda ciudadana por una Nueva Política. En esta perspectiva, el “que se vayan todos” jubiló tanto a la clase política como a sus prácticas y cualquier nostálgico que a ella se asociara sería castigado por la sociedad.

La Nueva Política tiene una fórmula sencillísima: todo se trata en ofrecer lo que la G.E.N.T.E. quiere. Que la Vieja Política siga sobreviviendo se trata simplemente de un problema de oferta. Una vez que la Nueva Política genera sus “productos”, entonces la Vieja Política queda desplazada de una vez y para siempre.

Obvio, no hay como un triunfo para validar una hipótesis política, y Mauricio Macri llegó al gobierno de la Ciudad repartiendo globos, pintándose de amarillo y siguiendo encuestas a pie juntillas. De todos modos, como ya sospechaba David Hume, correlación no es lo mismo que causalidad. El cielo de París se llena de cigüeñas en primavera, justo cuando se da la mayor tasa de natalidad en esa ciudad, y no por eso vamos a colegir que la hipótesis para infantes que a los chicos los trae la cigüeña queda por eso demostrada!.

Uno podría presentar hipótesis alternativas, sin ninguna pretensión de verdad absoluta ni mucho menos, tal como que Macri se aprovechó de la crisis de los partidos políticos de la Ciudad de Buenos Aires y que fue beneficiario de algo tan viejo como el voto estratégico (artilugio que el domingo pasado se le volvió en contra como un boomerang). La cuestión es así: uno vota, dentro de los que tienen posibilidades de ganar, a quien más prefiere. Si no tiene posibilidades de ganar el candidato a quien se prefiere, entonces se vota a quien le puede ganar a quien menos se prefiere.

La crisis de los partidos en la benemérita Ciudad de Santa María de los Buenos Aires rompió la coordinación del voto estabilizada vía partidos, y abrió con la pregunta “¿Y ahora a quién voto?”, la caja de Pandora de la multiplicación de las posibilidades electorales -cosa que no sucedió en la mayoría de las provincias, ni tampoco en el conurbano bonaerense.

Más que una nueva forma de representación, desde esta perspectiva que podríamos llamar “magra”, el ascenso de las celebrities vienen a resolver evolutivamente (o involutivamente, lo que sea) los problemas de coordinación que siempre se dan cuanto vota millones de personas. Periodistas y marketineros de la política piensan a electorado como ese colectivo de individuos denominado G.E.N.T.E. que responde pavlovianamente a las pulsiones mediáticas publicitarias. Pero, dado que los “consumidores electores” también son personas y tienen una historia, estánembedeness (literalmente, empotrados) en una determinada sociabilidad política que los hace cualquier cosa menos una tabula rasa. Al debilitarse los partidos políticos como coordinadores del voto, surgen los candidatos, pero estos no son insípidos, inoloros e incoloros, si no también tienen una historia que no puede borrar ni generar totalmente las técnicas de mercadotecnia.

Yendo a la elección Capital, no se trata solamente de que Martín Lousteau haya sido mejor candidato en términos publicitarios que Horacio Rodríguez Larreta (en esto huelgan las palabras). Si no, el candidato de ECO hubiera ganado y en la primera vuelta. Simplemente el PRO exuda un síndrome de elementos (que antes hubiéramos denominado ideología) que los asocia a los sectores más pudientes de la sociedad porteña. Así mismo, las características de celebrity de Mauricio Macri, más Boca Juniors, más el asistencialismo direccionado por sus socios del peronismo porteño (aquí no hay Nueva Política que valga) le permitió consolidar al PRO un voto en los sectores más bajos de la población -incluso la villa 31 en Retiro.

O sea, la composición electoral típica (sectores altos y medios altos y bajos no estructurados) que tienen en todo el mundo los partidos políticos más recostados en la “derecha de su televisor, señora” (como decía un comentarista deportivo, años ha). O para decirlo más brutalmente, la etiqueta de Nueva Política no disimuló el acento y la prosapia upper class del PRO.

Frente a este arrinconamiento en un extremo, la estrategia de Lousteau fue clásica: situarse en el medio del espectro político (onda, gestión PRO e ideas PROGRE), y en una segunda vuelta, disfrutar del voto estratégico de los que se encontraban en las antípodas del PRO. Claro que el líder de ECO tenía un claro enemigo, el voto en blanco, que siempre queda sobreestimado en las encuestas, porque es un expediente sencillo y no estigmatizado socialmente para esconder un voto que va contra la identidad política de algunos votantes puros.

El “mapa” del voto de la segunda vuelta en la Ciudad de Buenos Aires, indica cualquier cosa menos “independencia” del voto: el voto hacia Martín Lousteau se enseñorea de la Avenida Rivadavia, reino de la clase media “capitalina” -gentilicio usado por Néstor Kirchner- ensanchándose su dominio hacia el Oeste, O sea, el que fue siempre el reino del radicalismo porteño.

Si esto sucede en la muy posmoderna Ciudad de Buenos Aires, uno puede imaginarse lo que sucede de pretender que todo el país se encuentre dominado por la Nueva Política. Los resultados de Santa Fe, de Córdoba e incluso de Mendoza señalan otra cosa. Técnicamente, se denomina este problema como “disociación cognitiva”. Llevado al extremo, simplemente podríamos llamarlo “locura”.

Luis Tonelli

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