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27 de octubre de 2014

YAMIL AVILA: 'Iglesia y homosexualidad', para Los Toldos es noticia

Esta vez quiero tocar un tema de conocimiento público, y a mi entender, de complejo abordaje: la homosexualidad y la iglesia católica...
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Esta vez quiero tocar un tema de conocimiento público, y a mi entender, de complejo abordaje: la homosexualidad y la iglesia católica. Y digo complejo porque se trata de lo que creemos o no creemos, de nuestros valores, de nuestra idea de un Dios que todo lo puede, y en ese poder tiene la capacidad de juzgar a aquellas personas que sienten distinto, que viven distinto, y que se animan a ser felices con lo que son o lo que creen que son. Complejo también porque desde mis pantalones, probablemente sea poco objetivo lo que pueda expresar por una simple razón: soy homosexual. Aún así me animo, y espero poder exponer mi opinión con el mayor de los respetos sin herir la sensibilidad de nadie que pueda llegar a leer este artículo. 

 

No voy ni quiero entrar en el debate sobre la existencia o no de Dios, eso pasa por la forma en que cada uno ve o quiere ver la vida, por la forma en que uno cree, y las cosas en las que creeQuiero, más bien, detenerme en otros aspectos, en el legado que esta religión transmite a toda su comunidad. No hace falta ser devoto de la Iglesia para saber cuál es la forma en que se perciben determinadas situaciones desde éstaLa idea de lo natural, de la procreación como único fin de la unión entre dos personas, de la normalidad o de las razones por las que Dios creó un hombre y una mujer. Así mismo, también conocemos quienes son aquellas personas o grupos que quedan desplazados de esta posibilidad de creer, porque en definitiva se los aparta, se los juzga y se los alejaDentro de estos grupos tenemos a las uniones de hecho, a las mujeres que deciden abortar, a las personas que viven la sexualidad como un medio hacia el placer y no hacia la procreación, a los homosexuales, a las personas que utilizan métodos anticonceptivos, entre tantos más. Si la Iglesia considera que la forma en que vivo no es buena, o la forma en que pienso no es la correcta, o lo que soy no es lo que Dios esperaría de mí, ¿cuánto tiempo puedo sostener mi estadía dentro de esta institución?  

 

'Quien esté libre de pecados, que arroje la primera piedra' es algo que me resuena en la cabeza cuando pienso en esto. ¿Quién está libre de pecados?, ¿Qué es pecar y para quién?, ¿hay algunos pecados mas graves que otros?, y sigo... ¿quién no mintió alguna vez?, ¿quién no utilizó métodos anticonceptivos?, ¿quién no sintió envidia?, ¿quién no tuvo relaciones sexuales sólo para un fin placentero?. Se me ocurren miles de preguntas, y miles de situaciones que puedo ver en aquellas personas que más defienden la religión, sin nombrar las aberraciones de las que supuestamente formó parte toda la iglesia a lo largo de la historia, como la posible relación con el estado en tiempos de represión y gobiernos militares, el abuso de menores, y más. Pero a la hora del discurso, es más fácil señalar algunos 'pecados', y olvidar otros. 

 

Yo soy uno de esos a los que la Iglesia señala como mounstruos, y lo acepto, y lo respeto. Soy de las personas que aún tienen la puerta cerrada a esa institución. Soy de los que todavía están imposibilitados de creer, porque jamás creería o apoyaría algo o a alguien que con tanta libertad se atreve a juzgarme a mi de la forma en que lo hace. Pero también puedo decir que siento orgullo por ser quien soy, por no temer en mostrarme tal cual me siento, siento orgullo por mi camino, que bien o mal lo recorrí con la frente en alto y sin lastimar a nadie, por tener ideales, por creer en algo y luchar por eso. Siento orgullo de haberme sentido diferente y sin embargo, superar eso y tener una nueva visión frente a la vida, siento orgullo por llegar a verme igual que todos o la mayoría, con cualidades distintas, pero igual en derechos, derecho a la libertad, a la igualdad de oportunidades, derecho a amar, a ser feliz. Siento orgullo porque al asumir mi homosexualidad, descubrí un mundo lleno de cosas buenas, descubrí una familia y un grupo de amigos que me ama y me defiende, y se enorgullece de mi, y me acompaña a sortear obstáculos y a nunca dejarme vencer, a siempre hacerme respetar, porque merezco respeto, y exigir ese respeto así como respetar me enorgullece. Siento orgullo por haber tenido la convicción de que nadie tiene que decidir por mi ni por mi vida y por mantenerme firme en eso, porque a pesar de ser juzgado, nunca juzgue y siempre le di valor a las personas por lo que tienen para dar, porque es lo que son realmente.  

 

La idea no es hablar de mí, pero sí ponerme de ejemplo, porque soy parte de esas personas a las que, repito, señalan una y otra vez con el dedo desde la Iglesia. Basta de condicionamientos en contra de la vida de los demás, basta de juzgar a aquellas personas que se atreven a salir al mundo a vivir de la forma en que quieren, basta de señalar a los que no piensan como yo. Nadie debe ni debería juzgar a otros, ni Dios mismo. Y si no se puede evitar esto, entonces deberíamos tener la misma vara para criticar a los demás y criticarnos nosotros mismos. Nadie peca peor, y si se persiguen los ideales de la Iglesia católica deberían seguirse y respetarse al pie de la letra, sobre todo en lo que nos compete, no sólo en lo que nos conviene. 

 

Hoy se están viviendo sensaciones distintas, que en la Iglesia Católica soplan nuevos vientos desde que el Papa Francisco tomó las riendas del Vaticano es un hecho innegable, en donde creo se ha ido labrando un camino sin antecedentes de tolerancia y respeto, y donde aún falta mucho. Basta de condenar a los que somos distintos, porque si ese va a ser el fundamento, nadie es igual a nadie y todos, absolutamente todos vivimos en mayor o menor medida rompiendo con las reglas básicas del catolicismo. El camino es largo, y en lo personal no me cambiará la vida en nada, sólo me dará una mejor visión de esta institución, una institución que logre apreciar la humanidad de las personas, sin importar su estilo de vida, sus valores, y mucho menos lo que decida o no hacer entre las cuatro paredes de su habitación.  

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