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16 de marzo de 2021

A un año del comienzo de la pandemia, ¿por qué nos sentimos agotados?

Tanto a fin de año como a comienzo de 2021, experimentamos estrés y cansancio debido a la nueva normalidad que impacta en lo físico, psíquico y emocional. Cómo influye en la salud la sobrecarga de tareas, tanto laborales como del hogar.

2020 fue un año singular para todos. La pandemia por COVID-19 tomó por sorpresa al mundo y nos obligó a adaptarnos a nuevas formas de vida que, sin dudas, nos llevaron a una reestructuración completa de nuestro día a día. Todos esos cambios repentinos en nuestras rutinas generaron agotamiento físico y mental.

Diciembre y marzo suelen ser meses críticos, porque uno marca el fin y el otro, el comienzo del año laboral. Sin embargo, con la pandemia, empezamos a experimentar esa sensación de cansancio extremo durante los 12 meses. De acuerdo con una encuesta realizada por Bumeran, el portal online de empleo, y el grupo de clasificados Navent, el 90% de los argentinos dijo sentir agotamiento mental, físico y emocional durante este contexto mundial.

Así lo expresaron 9 de cada 10 argentinos y también el 89,1% de los peruanos, el 82,4% de los chilenos, el 74,2% de los panameños, el 70% de los ecuatorianos y el 69,6% de los mexicanos que participaron de la encuesta. Sin dudas, la presión laboral y el agobio del encierro afectó a toda la región.

El estrés, el agotamiento y la imposibilidad de desconexión fueron las sensaciones negativas que más se destacaron en el estudio, con relación al trabajo y a los quehaceres diarios. En la Argentina, un 22% de los participantes sintió un cansancio fuera de lo normal por la carga excesiva de trabajo. La misma cifra se registró entre quienes no pueden desconectarse, ni siquiera cuando la jornada laboral finaliza. El 12,8% de los encuestados, además, declaró sufrir tensión física y psíquica extremas.

En la primera mitad de 2020, en el mundo se perdieron unos 400 millones de empleos a tiempo completo debido al coronavirus. Además, se registró una caída del 14% en las horas de trabajo, por entonces, advirtió la Organización Internacional del Trabajo (OIT). Las preocupaciones por la crisis laboral y económica desencajaron a muchos y generaron incertidumbre devenida en estrés.

 

Por otro lado, y antes de llegar a diciembre, otro segmento de la población mundial expresó sentir agotamiento debido a la sobrecarga de tareas laborales, el homeoffice y el hecho de tener más de un empleo para enfrentar la crisis. De acuerdo a la Organización Mundial de la Salud (OMS), para octubre del año pasado, la pandemia había provocado un incremento de la demanda de servicios de salud mental, muchos de los cuales se vieron paralizados: debido al colapso de consultas y la falta de atención presencial de los pacientes, más del 60% de los países del mundo señaló alteraciones en los servicios destinados a las ‎personas vulnerables, incluidos los niños y los adolescentes (72%), las personas mayores (70%) y las ‎mujeres que requieren servicios prenatales o postnatales (61%).‎

Aunque el 70% de los países encuestados adoptó la telemedicina y la teleterapia para subsanar las ‎complicaciones en la atención presencial, se observaron disparidades relevantes en la adopción ‎de esas intervenciones: más del 80% de los países de altos ingresos declaró haber recurrido a estas modalidades para paliar las dificultades de los servicios de salud mental, porcentaje que no ‎llega al 50% en el caso de los países de bajos ingresos.‎

El duelo, el ‎aislamiento, la pérdida de ingresos y el miedo al contagio y a contraer la enfermedad, generaron y agravaron los trastornos de salud mental de la población mundial. ‎De acuerdo a un estudio realizado por la OMS -que incluyó a 130 países-, muchas personas aumentaron el consumo de alcohol y drogas, y sufrieron crecientes problemas de insomnio ‎y ansiedad, sobre todo en el segundo semestre del año pasado. Por otro lado, el mismo COVID-19 trajo consigo complicaciones neurológicas y mentales, ‎como estados delirantes, agitación o accidentes cerebrovasculares.

Cuando llegó diciembre y se sabía un poco más sobre el virus Sars Cov 2, la mayoría de los argentinos decía sentirse agotada y angustiada por la nueva realidad: algunos perdieron sus trabajos y otros debieron recurrir a más de uno para poder subsistir. Para entonces, se había limitado casi por completo el contacto presencial con familiares y amigos, y se potenciaban las medidas preventivas que había que atender para evitar el contagio. Muchas personas sufrieron la pérdida de seres queridos, mientras que otros debieron reacomodarse a la fuerza en sus hogares: hacerse tiempo para el homeoffice, para acompañar y ayudar a los niños con las tareas virtuales, atender a los menores y jugar con ellos, hacer los quehaceres de la casa, entre infinidad de tareas que generó el encierro.

 

Para la mayoría, las vacaciones y la idea de un descanso quedaron en el imaginario. Por miedo a los contagios y debido a las restricciones, muchas personas veranearon en sus casas sin poder desconectarse realmente de la rutina. Luego, llegó fin de año y la esperanza de recibir un 2021 más próspero. Sin embargo, en enero se esperaba una nueva ola de contagios. Eso generó disputas y opiniones enfrentadas en la Argentina entre aquellos que se cuidaban a rajatabla y quienes se iban de vacaciones.

Ya para marzo, y con el debate de reabrir las clases presenciales, los padres (tanto hombres como mujeres) debieron hacerle frente a un nuevo desafío: acompañar y asistir a sus hijos en sus rutinas escolares bajo un sistema educativo híbrido, mitad virtual y mitad presencial, sumando a eso las tareas del hogar.

Hombres y mujeres se vieron desbordados de tareas del hogar y laborales durante la pandemia. (Foto: Adobe Stock)

Este agotamiento físico y mental de gran parte de la población argentina con la psicóloga Ana María Fusaro (M.N. 60.808), quien manifestó: “Estamos a un año del comienzo de la experiencia más inesperada y única: la pandemia por COVID-19. Esto no es un cumpleaños, es la conmemoración del inicio de un continuo de situaciones estresantes, miedo tras miedo. Para todas las edades y todas las personas: miedo. La calle siendo una amenaza cruenta donde agazapado nos podía esperar el virus en cualquiera o todas las esquinas. Las noticias que consumíamos por el medio que fuera, también sembraban miedo”

A ese miedo y obsesión por atender todas medidas preventivas de contagio según los protocolos, se le sumaron “las pérdidas de personas queridas como familiares, amigos, allegados, compañeros de trabajo y colegas. En muchos casos, la pandemia destrozó proyectos de futuro, parejas convivientes, novios, amigos”. En ese sentido, añadió: “En otros, o en los mismos casos, hubo que sumarle la pérdida de puestos de trabajo. En el caso de los empleos informales llegó un punto extremo en el que era COVID-19 o hambre. Y así, hubo muchas personas que tuvieron que elegir salir igual y librarse a los designios del destino”.

“Pérdidas y dolor. En estos días, tal vez recién comenzamos a percibir, a sentir en el cuerpo, el duelo. Duelar es un trabajo duro que se devora energía; es llorar la ausencia de lo que no está, de lo que no va a volver jamás. No vamos a volver a ser los mismos que éramos hasta febrero de 2020, nomás. Lo tenemos muy claro todos. Somos otros, y para rehacernos y juntar los pedacitos del ser anterior que fuimos -desparramados por el suelo-, debemos readaptarnos. Esta adaptación es una sobreadaptación, con elevadísima demanda de energía”, sostuvo Fusaro.

En esa misma línea, la especialista opinó: “Demanda una y otra vez: física, por un lado, por hacer tareas que antes no hacíamos porque estábamos trabajando o tal vez estudiando. Con la pandemia, tuvimos que hacer muchas tareas a la vez, superpuestas, a medida de cómo venían los pedidos. La entrega de un parcial realizado online, en no más de cinco minutos de finalizado el horario dado, para corroborar que nadie se copiara, entonces muchos hacían el examen con datos del celular por miedo a que se cortara la luz o que la señal no fuera buena. En exámenes orales, hasta la violencia de pedirle al alumno que mire fijamente a los ojos al profesor, sin bajar la vista ni un segundo, pues también, podía tener un machete, fueron situaciones de estrés para un segmento amplio de la población, por citar un ejemplo”.

En lo que respecta a los quehaceres de la casa, Fusaro expresó: “Durante un año, los días fueron: casa-trabajo, trabajo-casa, pegoteado y absurdo, todo junto y en un mismo lugar. Dejamos de ver otras imágenes, ya que nuestra cotidianidad se pauperizó. No hubo más abrazos, saludos, demostraciones de afecto ni nada de eso. Se cortaron lazos sociales y las consecuencias son fatales, queman. Así llega el cansancio. Estamos todos cansados. Y sólo estamos en marzo. Pensamos y nos preguntamos: `¿Cómo estamos tan agotados si recién arrancó el año?´ Lo que pasa es que lo anterior nunca terminó”.

La especialista brindó algunos consejos para paliar los efectos negativos de la pandemia en la psiquis y en el cuerpo:

  • Nuestro cuerpo habla y pide descanso. Descansemos.
  • No encendamos más el televisor para saber detalles mínimos de la pandemia.
  • Salgamos a caminar, a correr, andar en bicicleta, todos los días, sin falta.
  • Busquemos motivaciones diferentes: aprender a cantar, a tocar un instrumento, a hacer alguna disciplina al aire libre.
  • Estudiar un idioma extranjero, literatura, filosofía, cocina, entre otras cosas de interés personal. Reinventémonos.
  • Hagamos meditación, busquemos un mantra en la web.
  • Busquemos ayuda profesional, si no podemos solos.
  • Adoptemos una mascota si no tenemos y si podemos, aunque sea ajustando el presupuesto hogareño.
  • Durmamos más horas, las que el cuerpo nos pida. Si no se puede en la semana, los fines de semana.

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