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19 de mayo de 2013

A los 2 años le diagnosticaron autismo, ahora tiene 14 y lo comparan con Albert Einstein

Jacob era un bebé sonriente, de esos que se tientan de la risa y se hacen entender, aunque sea balbuceando. Pero un día, cuando ni siquiera había cumplido un año y medio, Jacob dejó de sonreír, dejó de comunicarse y comenzó a encerrarse en una burbuja incomprensible. Se quedaba en los rincones apilando libros o pasaba horas observando sombras en la alfombra. El diagnóstico dijo el resto: lo suyo era un trastorno del espectro autista llamado Síndrome de Asperger y era posible que nunca lograra ni atarse los cordones.

 

Pero su madre lo observó, registró todo eso con lo que se fascinaba y en vez de focalizar en lo que no podía, focalizó en la chispa que lo encendía. Ese bebé, resulta, tenía un coeficiente intelectual más alto que el de Einstein y ahora, a los 14 años, está cursando un doctorado en Física Cuántica. Creen que si logra desentrañar la teoría que lo desvela, irá directo a un Premio Nobel.

Jacob Barnett pasaba horas en un rincón moviendo un palito frente a su cara, observando sombras o siguiendo las líneas de la funda escocesa de un sillón. Sólo eso. Sus padres –ella docente de enfermería, él gerente en un negocio de telefonía– se desesperaron. Y Jacob empezó a hacer 60 horas semanales de terapia en el garaje de su casa: más de las horas de trabajo de muchos adultos. Pero fue cuando su madre lo dejó fluir que el escenario comenzó a cambiar. Jacob, con tres años, abandonaba la terapia, se aislaba y reproducía con palitos de chupetines una ciudad en la que había estado. Con 4 años, se sentaba en el asiento trasero del auto e indicaba a sus padres –por rutas, autopistas y atajos– el camino de una ciudad a otra. O reproducía un concierto de piano aunque jamás había estudiado piano. Muchos años después, a su madre le explicaron que, cuando su hijo volcaba la bolsa de cereales y se quedaba mirándolos, probablemente estaba comprendiendo el volumen de las cosas. Y que su primera gran pasión –el estudio del Universo–había nacido de los paseos de noche con ella: “No tenía idea de que las estrellas iban a ser el puente que lo devolvería al mundo”, dijo Kristine a la BBC.

A los 11 años, Jacob ya estaba en la universidad.

Fue uno de sus docentes, un prestigioso astrofísico, quien dio real dimensión a las ecuaciones que Jacob intentaba resolver sobre los vidrios: se trataba de una teoría que ningún físico había explorado y si lograba resolverla sería un gran candidato al Premio Nobel. Jacob comenzó a dar clases a sus compañeros mayores, a recibir un sueldo como investigador en Física Cuántica en la Universidad de Indiana –EE.UU– y su casa se convirtió en un laboratorio porque sus dos hermanos también son superdotados: uno estudia Astrobiología y es vicepresidente de Mensa (una asociación que agrupa a personas con alto coeficiente intelectual) y el otro ya estudia Introducción a la Matemática. Criarlos no parece sencillo: en distintas entrevistas su madre contó que Jacob se obsesiona tanto con sus teorías que olvida comer y dormir.

Pero Jacob no quería ser sólo una excepción y por eso inició una campaña en su perfil de Facebook llamada “Las caras del autismo”, para que cualquiera suba fotos de chicos autistas y el mundo vea hasta dónde pueden llegar: soy autista y soy gimnasta, soy autista y soy actor , dicen algunos posts. Su madre, mientras, escribió un libro que se llama “The Spark” (“La chispa”) y habla de eso: de las posibilidades que pueden aparecer cuando, en vez de forzar a un chico para que quepa un molde, aprendemos a ver su verdadero potencial.

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