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17 de mayo de 2018

Con pedido de publicación. Carta abierta al abusador de mi hija

Te escribo esto aún sabiendo que nunca lo leerás, ni nadie se atreverá a hacerlo. De todas formas lo hago, porque es la única manera, después de todos estos amargos años, de poder hablarte. Tuviste suerte, te salvé el pellejo...

 Me negué desde el mismo día en que te atreviste a ultrajar la inocencia de mi hija de 9 años, a que su padre te moliera a palos, a que quedaras en una silla de ruedas, a que te prendieran fuego la casa y a muchas atrocidades más que se ofrecieron a hacerte. Me negué. Sí, y me lo reclamé durante mucho tiempo, pero no estaba ni estará en mi naturaleza  y estaba sola, enfrente de tu casa y lo sabías muy bien. Por eso seguiste haciendo lo imposible por provocarme no conforme con lo que le habías hecho a mi hija. Te encargaste de pararte en la misma vereda de mi casa haciéndote amigo del inquilino que tenía en mi local. Desde allí parado, con esa soberbia que te caracteriza mirabas  riéndote para mi casa. Lo mismo hacías con mi hija, no satisfecho del daño que le habías provocado, esperabas que se cruzara al quiosco para salir de tu casa y parártele al lado, o chistarla y hacerle señas de que no dijera nada. O aquella tardecita cuando volviendo en bicicleta sin darme cuenta pasé a tu lado, y vos salías con tu mujer a caminar y me dijiste puta atorranta. En voz baja, claro, cuidándote de que no hubiera testigos, como hiciste todo lo que se te ocurrió con nosotras, para que las denuncias que hacía en tu contra no tuvieran asidero. Incluso el día que abusaste de mi hija y denunciamos a los lugares donde la habías llevado en tu auto te ocupaste de pasar y pedirle a las personas que te habían visto que no dijeran nada si venía la policía a preguntar.  Te salvaste, realmente salvaste tu pellejo. Pero hay algo que tal vez nunca hayas sabido: Yo también fui una niña abusada por su padre. Que sorpresa ¿no? Entonces me pregunto si tu mujer sabía de tu enfermedad, de tu pedofilia, y también me pregunto si tu mujer sabría que personas como vos no distinguen lazos de sangre. ¿Lo sabría? ¿Y tus hijas? ¿Qué me podés decir de ellas? ¿También las manoseaste cuando eran niñas? ¿y tus sobrinas? ¿Y tu nieta? La que llevabas en el auto junto con mi hija el día que decidiste hacerle esa atrocidad ¿no te dieron ganas con ella también? Claro, yo sé que no contabas con que yo también fuera una víctima y conociera con pelos y señales tu cabeza retorcida.

 No es mi perdón ni el de mi hija el que te va a redimir, es el perdón de tu propia sangre y no creo que en lo que te queda de vida lo alcances.

Por último, y para tu conocimiento y el de tu familia, te digo que el abuso sexual es un mal que se transmite por todo el árbol genealógico hasta que alguien se planta y habla y se cura.

Pero el silencio lo reproduce.

Que tengas paz.

 

María Alejandra Iribar

DNI 13.101.384

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