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7 de marzo de 2017

Baradel es un detalle, no una buena explicación por Jorge Raventos

El gobierno ha decidido su estrategia político-electoral. Su lema básico quiere ser: Nosotros o Drácula. Se trata de polarizar con el adversario más impresentable para la opinión pública. Es una picardía clásica de la política: presentar la disputa plural de un comicio legislativo como una polarización con un rival fácilmente abominable permite presentar la propia divisa como la gran muralla defensiva ante la amenaza del Mal.

El abuso de este recurso discursivo es peligroso. Si bien en estos tiempos se afirma que estamos en la era de “la posverdad”, siempre hay un límite.

El gobierno no puede hablar con datos demasiado elocuentes sobre el período que lleva transitado. Los mayores éxitos (levantar el cepo cambiario, acordar con los holdouts) quedaron en los inicios del período; después de eso hubo pronósticos fallidos (la inflación no bajó lo que se había anunciado; la meta de déficit fiscal sólo pudo cumplirse merced a los recursos excepcionales del blanqueo; las esperadas inversiones se hacen esperar; los “brotes verdes” por ahora son mayormente espejismos, el gobierno ha bajado su promesa inicial de “pobreza cero”a un compromiso vago de “bajar la pobreza”, el empleo sigue anémico, la producción sigue sumergida) y si bien se acreditan algunos hechos notables, ellos son de limitado impacto en términos de marketing electoral.

Con ese balance, los gobernantes no pueden hacer mucho más que referirse al futuro (con promesas ambiguas y volver a recontar la “pesada herencia” recibida, evocando el perfil del rival con el que quiere polarizar: el kirchnerismo.

Instalado ese eje, el paso siguiente reside en adjudicar los cuestionamientos y desafíos sociales que afronta el gobierno a expresiones directas o indirectas de ese rival preferido.

Es el caso de la huelga docente que la semana próxima -como ha sucedido en tantas otras oportunidades- impedirá que el año lectivo se inicie en la fecha programada. El oficialismo ha encontrado un rostro ideal para jerarquizar: el del sindicalista Roberto Baradel. Con su confesa militancia kirchnerista, su aspecto titánico e hirsuto y su negativa imagen en la opinión pública, Baradel es otra figura soáda para la estrategia electoral del oficialismo. Anclándose en su presencia, el gobierno y su red de difusión propagan que el paro docente es una manifestación de oposición política motorizada por los K y/o un intento de hacer daño a los gobiernos de Mauricio Macri y María Eugenia Vidal.

No hay duda de que Baradel es kirchnerista ni de que el kirchnerismo está empeñado en una oposición sistemática. Pero pese al ambicioso nombre de su gremio (Sindicato Único de Trabajadores de la Educación), el de Baradel es sólo uno entre seis sindicatos bonaerenses del ramo. Por otra parte, la huelga docente tiene carácter nacional. ¿No es distorsiva la atribución de kirchnerismo y malas intenciones políticas a ese extenso conglomerado heterogéneo de dirigentes y trabajadores? ¿No convendría preguntarse si puede haber motivos valederos y legítimos para la protesta, más significativos que la influencia política del señor Baradel y del nostálgico y encogido núcleo K?

Si bien se mira, es muy probable que un amplísimo porcentaje de los docentes de la ciudad y la provincia de Buenos Aires (y del país) hayan votado un año atrás, en primera o segunda vuelta, por Mauricio Macri. La interpretación de un paro manipulado por el Baradel y el kirchnerismo se convertiría en un bumerán retórico si la huelga es exitosa. ¿Habría que suponer, en tal caso, que toda esa porción del electorado de Macri se dejó usar o se ha convertido al culto de la Señora de Calafate?

Más allá de que algunas encuestas otorguen aún a la figura de Cristina Kirchner un respaldo de unos 25 puntos, el kirchnerismo como proyecto y como estructura está desarticulado. Forzar la idea de una polarización con él para salir beneficiado en la foto, monopolizar la esquina del Bien y clausurar el paso a otras manifestaciones legítimas del pluralismo democrático resulta un juego chico. El gobierno puede sentirse acuciado a ganar la elección de octubre, pero lo trascendente es unir al país, sacar a los sectores más expuestos de la pobreza, crecer y recuperar el futuro para la Argentina y los argentinos. Un año atrás, Mauricio Macri planteó esas prioridades nacionales. No formaba parte de aquel listado cuál debía ser el resultado de las elecciones de 2017.

En rigor, si se apostara por un acuerdo de unión nacional y con el antecedente de la desarticulación kirchnerista, quién fuese el triunfador sería irrelevante.

Vale la pena recordar lo que advertía Sun Tzu hace 25 siglos. “Si no puedes ser fuerte, y sin embargo no puedes ser débil, eso resultará en tu derrota”.

Jorge Raventos

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