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9 de septiembre de 2016

El argentino 'Santo de Madagascar': "Los planes sociales son lo peor que se le puede hacer a un pobre"

Su causa lo llevó a ser propuesto por autoridades europeas para el Nobel de la Paz. El Padre Opeka, conocido también como el 'Santo de Madagascar', radicó su lucha en uno de los países más relegados del mapa, una de las zonas más pobres del planeta. Este argentino, bonaerense, futbolero, rescató de la indigencia a más de medio millón de africanos, y hoy nos enseña que "los planes sociales son lo peor que se le puede hacer a un pobre. El asistencialismo debe existir siempre con trabajo. El que no trabaja que no coma"

"Nací dos veces. Una vez en San Martín, Buenos Aires, y otra en Madagascar", asegura el padre Pedro Opeka, el cura "gringo" que se fue de Argentina para misionar. "Me fui en barco en 1968. Lloré y dije: adiós Argentina, tierra mía. Hubiese sido más fácil si me quedaba. África es la olvidada y había que arreglar todo. Aprender una nueva lengua, costumbres y tradiciones. Lo hice y no me equivoqué. A mi país lo llevo en el corazón", relata. Sus padres eslovenos llegaron a la Argentina desde Barcelona, en 1947. Venían de un campo de refugiados en Italia, donde se conocieron y se casaron. Creció en el seno de una familia numerosa, con siete hermanos, por lo que tuvo que ayudar a su padre en la construcción. A los 22 años llegó a Madagascar. Antes de asentarse en África, construyó casas para una familia mapuche del sur argentino y para los matacos en la frontera con Bolivia. A los 17 años comenzó el seminario de los padres Lazaristas, Congregación de San Vicente de Paul. Su trabajo de albañil, en África, comenzó en 1970 en la parroquia de Vangaindrano, al Sureste de Madagascar. Allí fue párroco por 13 años y trabajó en los arrozales, codo a codo con campesinos. También allí se enfermó de paludismo y parasitosis. En 1989 llegó a Antananarivo, donde se encontró con miles de niños y padres que vivían sobre una montaña de basura y se peleaban por la comida. Entonces supo que con rezar no alcanzaba, tenía que hacer algo. "Mi lucha  fue la lucha de ellos: combatir la extrema pobreza que genera exclusión, enfermedades y la muerte de niños por malnutrición. Por eso creamos fuentes de trabajo, hasta que el Gobierno se haga responsable de esta injusticia", dice el padre que sólo tiene palabras de elogio para este país que lo acunó. En 1989 fundó la Asociación Humanitaria de Akamasoa, que significa "Los buenos amigos" en lengua malgache, para ayudar a las personas que vivían en el vertedero de Andralanita y en las calles de la capital. Hoy con 25 años, Akamasoa es una ciudad que tiene 18 barrios, tres mil casas construidas, 13 mil niños escolarizados, escuelas, dispensarios, centros de acogida, centros deportivos y lugares de trabajo para los mayores. "Son 25 mil personas. Se vive continuamente una vida cruda. Pero Dios nos prepara para una misión, nada es casual", dice el cura. Ese destino también incluye cuidar la integridad física de su gente. "Antes de dormir saludo a los guardianes, ellos nos protegen. Nos atacaron tres veces con armas de fuego. Hay que defenderse de la gente con mala intención", agrega. A pesar de que sabe lo importante que es su obra y su persona en esta parte del mundo, no se siento salvador. "Sólo que cuando se vive con y en medio del pueblo, la gente comienza a creer, a tener confianza. Entonces, todo es posible. Los obstáculos y dificultades pueden ser vencidas". Sobre su nominación al Premio Nobel prefiere no pensar porque su tiempo lo ocupa su tarea. "Puedo decir que el premio me lo está dando el pueblo", añade. Sí sabe que un reconocimiento de esta dimensión puede ayudarlo a abrir puertas para que el apoyo llegue más rápido. Su obra se sostiene con el aporte de particulares. Recibe invitaciones para dictar charlas y dar conferencias. Por eso cada tres meses realiza giras que incluyen países como Francia, Bélgica, Mónaco, Barcelona, y nunca regresa con las manos vacías. "Saben que la ayuda le llega a los pobres. La gran mayoría quiere hacerlo", señala. Europa es el principal motor de su obra: desde allí se gestó su postulación al Premio Nobel de la Paz. Aunque ya recibió innumerables distinciones y condecoraciones como el Premio de la Tolerancia por el Presidente de la Academia Europea de Ciencias y Artes en Eslovenia, en 2013 y Medalla de Oro de la Liga Universal del Bien Público en París en 2012.

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