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26 de mayo de 2016

Un ‘sacudón’ a la dirigencia dio el Obispo de Nueve de Julio en la homilía del Te Deum del 25 de Mayo

Monseñor Ariel Torrado Mosconi dijo que ‘Miremos a nuestra patria como la casa de todos, recinto para cuidarnos como hermanos y soñar con un futuro mejor’

Monseñor Ariel Torrado Mosconi encabezó el Te Deum del 25 de Mayo en la Catedral de Nueve de Julio.

Fue su primer mensaje en una gesta histórica, ya que gobierna la diócesis santo Domingo de Guzmán desde el 1º de diciembre de 2015. En estos cinco meses, el Obispo ha ido mostrando su compromiso con la comunidad, desde la palabra de Dios.

En esta celebración su reflexión fue profunda y de ‘sacudón’ a los presentes – y más allá de las puertas del templo – sobre los temas de la Patria. La ceremonia era apta para la ocasión.

El prelado fue conjugando la fecha histórica con los mensajes bíblicos y el contexto contemporáneo.

Refirió que la Iglesia Católica es parte misma del origen de la nación. Que la Sagrada Escritura ilumina la realidad y “nos guía ayudándonos a discernir en medio de la complejidad de los acontecimientos de nuestra sociedad, cuál es el camino -atinado y prudente- a seguir”. Y en relación a nuestra patria señaló que debe ser tomada “como la casa de todos los argentinos, donde reconocemos nuestra historia común, encontramos el recinto para cuidarnos como hermanos y soñar con un futuro mejor. Por ello les ofrezco esta breve reflexión – dijo el sacerdote -en tres verbos que nos sugieren las acciones que debemos vivir en esta casa común: Recordar, cuidar y soñar”.

El recuerdo es la casa es el ámbito de la memoria: así como en casa, cuando está reunida la familia, se recuerdan vivencias que unen.  Así también nosotros como pueblo debemos reunirnos para hacer memoria de nuestra historia común y redescubrir y renovar los lazos que nos hacen hermanos. El acontecimiento del próximo bicentenario debe ser una ocasión para, liberándonos de relatos utópicos y sesgados por la ideología de turno, poder tener una mirada realista de los acontecimientos, personas y hechos que nos han marcado en nuestra historia. Una familia que olvida su pasado se desconoce e ignora, un pueblo que olvida su historia repite errores y va perdiendo la consciencia y el orgullo de su pertenencia como nación. ¡No podemos perder la memoria de nuestro pasado!”, enfatizó.

La casa es el lugar donde reconociéndonos familia nos cuidamos unos a otros. “En nuestra casa común de los argentinos no podemos conformarnos con mirar fríos números estadísticos, sino que como sociedad, al estado y a todos los demás actores sociales, nos debe importar cada persona y cada familia. Por eso debemos cuidar la salud, la educación, el trabajo y la vivienda de cada ciudadano y especialmente de los más pobres y vulnerables”, resaltó.  Tras ello, puso de relieve que “En toda familia hay discusiones y discordias, pero el amor es más fuerte. Así también en nuestra nación debemos superar las cosas que nos han dividido, perdonarnos mutuamente y renovar nuestros vínculos fraternos”.

“¡Cuántos conflictos, cuánta agresividad, cuánta marginalidad se superarían con grandes dosis de misericordia! Una respuesta a los desafíos sociales de este momento, una superación de tantas encrucijadas que se nos plantean sería recrear una cultura de la empatía y la compasión, de la solidaridad y la reconciliación, de la generosidad y la gratuidad”, invitó a pensar con cuidado.

¡Decidámonos de una vez por todas a obrar con grandeza y cuidémonos unos a otros!, subrayando la frase con sus palabras. 

Y sobre el tercer punto, al que calificó ‘soñar’, dijo “La casa alberga y alienta los deseos del pueblo con una mirada hacia el futuro”. “La pérdida de nobles metas, la desilusión ante utopías que nunca se concretaron, la sensación de que la indiferencia, el cinismo y la corrupción van ganando espacio nos hacen caer en una especie de desencanto, llevan a muchos a bajar los brazos, nos embargan en un pesimismo contagioso”.

“Esta casa que alienta con esperanza hacia un futuro mejor se lo debemos de manera particular a los jóvenes, que tantas veces al verse sin expectativas ni humanas ni espirituales caen en la trampa de una evasión a paraísos ficticios a través de las adicciones al alcohol y a las drogas. ¡Cómo no priorizar la lucha contra el narcotráfico y  el trabajo por la prevención y recuperación de las adicciones!”, añadió el sacerdote.

¡Nuestros jóvenes merecen que le ofrezcamos un estilo de vida esperanzado y con las posibilidades para su plenitud humana y personal!

Al respecto, Ariel Torrado Mosconi enfatizó que “Son muchas las dificultades y nos sentimos pequeños ante la magnitud de los desafíos. Orar es reconocer que sin la ayuda divina no se puede lograr lo que aspiramos ni perseverar en el buen camino. Que el buen Dios nos conceda limpiar nuestra casa de toda corrupción, ordenar nuestra casa de todo caos social y ornamentar nuestra casa con las virtudes humanas y sociales del trabajo y la honestidad que nos permitan hacer de nuestra patria una casa confortable para todos los argentinos.

Mensaje textual de la Homilía del Te Deum del 25 de Mayo de 2016 – Monseñor Ariel Torrado Mosconi:

Estamos reunidos en esta Iglesia catedral -que es la casa del Señor, casa de oración, casa donde se congrega el pueblo santo de Dios en la oración- para conmemorar la gesta de mayo.

Es bueno recordar cuáles son las motivaciones más profundas por las cuales nos congregamos en esta celebración litúrgica.

En primer lugar, sabedores de coexistir en una sociedad plural con personas de diversas convicciones y sensibilidades, no creyentes y creyentes de otras confesiones, sin embargo, reunirnos en la Iglesia católica es recordar nuestro origen como nación y por lo tanto nuestra propia identidad como pueblo. En efecto, en nuestras raíces la fe cristiana ha dejado una huella imborrable que no podemos desconocer. Vale como indicador que de los veintinueve diputados que firmaron el acta de la independencia hace doscientos años, once de ellos eran sacerdotes.

Pero además, los creyentes tenemos clara conciencia de que la oración es un aporte, un deber que brota de la fe, un auténtico “voto” con que contribuimos a la edificación de la nación. La invocación al Dios vivo “fuente de toda razón y justicia” es una súplica confiada en la cual imploramos la luz que esclarece nuestras conciencias en la búsqueda de la verdad, dilata nuestros corazones para convivir en “amistad social”, nos libera de rivalidades en puja de intereses egoístas, y anima nuestras voluntades para no decaer en la tarea, el compromiso y el esfuerzo por la consecución del bien común. ¡La oración, entonces, dilata nuestra confianza y sostiene la esperanza!

En segundo lugar, nos ponemos a la escucha de la Sagrada Escritura, la Palabra divina que ilumina la realidad y nos guía ayudándonos a discernir en medio de la complejidad de los acontecimientos de nuestra sociedad, cuál es el camino -atinado y prudente- a seguir. Cuando la Iglesia reflexiona sobre el texto bíblico, en un contexto como éste, no pretende imponer en modo alguno su propia visión sino aportar, motivar y animar, desde su más profundo convencimiento creyente, unos valores que ennoblecen a las personas, fortalecen la convivencia social y hasta sanan conflictividades. ¡El creyente hace de las riquezas contenidas en la fe su contribución al bien común de la sociedad!

Y, en tercer lugar, el congregarnos espiritualmente inspira, sostiene y fortalece el esfuerzo de los ciudadanos por encontrarnos una y otra vez, superando diferencias ideológicas, intereses mezquinos y antinomias violentas. La Iglesia ofrece su casa para promover la “cultura del encuentro” -un concepto muy fuerte del pensamiento y los gestos de nuestro Papa Francisco- es la posibilidad para superar prejuicios, antagonismos y mezquindades que lesionan gravemente la convivencia social e inhiben todo desarrollo, avance y crecimiento de una nación. ¡Encuentro, diálogo y acuerdos superadores deberían ser consigna y propósito permanente de nuestra tarea cotidiana!

En esto consiste nuestra oración de hoy y a ello apuntan las reflexiones pastorales que ponemos de manifiesto.

Permítanme, ahora, expresar y condesar mi reflexión en una imagen que nos ofrece el evangelio que hemos proclamado: la casa.

En efecto, los obispos argentinos hemos presentado bajo esta figura el mensaje con ocasión del bicentenario de nuestra patria. Ahora quisiera recrear esta metáfora de la casa como el ámbito que nos permita descubrir a nuestra patria como la casa de todos los argentinos, donde reconocemos nuestra historia común, encontramos el recinto para cuidarnos como hermanos y soñar con un futuro mejor. Por ello les ofrezco esta breve reflexión en tres verbos que nos sugieren las acciones que debemos vivir en esta casa común: Recordar, cuidar y soñar.

  1. RECORDAR

La casa es el ámbito de la memoria: así como en casa, cuando está reunida la familia, tras la pregunta retórica ¿te acuerdas…? se repiten las mismas historias que ya han sido contadas una y mil veces, y al recordarlas se actualiza la vivencia común. Al escucharlas y repetirlas se vuelven a reconocer y a renovar los fuertes vínculos que nos unen. Así también nosotros como pueblo debemos reunirnos para hacer memoria de nuestra historia común y redescubrir y renovar los lazos que nos hacen hermanos. El acontecimiento del próximo bicentenario debe ser una ocasión para, liberándonos de relatos utópicos y sesgados por la ideología de turno, poder tener una mirada realista de los acontecimientos, personas y hechos que nos han marcado en nuestra historia. Una familia que olvida su pasado se desconoce e ignora, un pueblo que olvida su historia repite errores y va perdiendo la consciencia y el orgullo de su pertenencia como nación. ¡No podemos perder la memoria de nuestro pasado!

  1. CUIDAR

La casa es el lugar donde reconociéndonos familia nos cuidamos unos a otros. En un ambiente familiar lo más importante es el cuidado personal por cada uno y especialmente por los que más lo necesitan. En nuestra casa común de los argentinos no podemos conformarnos con mirar fríos números estadísticos, sino que como sociedad, al estado y a todos los demás actores sociales, nos debe importar cada persona y cada familia. Por eso debemos cuidar la salud, la educación, el trabajo y la vivienda de cada ciudadano y especialmente de los más pobres y vulnerables.

Pero además, las antinomias ideológicas, los antagonismos sectoriales, la marginación de tantos, solamente se pueden ir superando con mucho amor, que en la vida social lo llamamos cuidado por el bien común. No toda casa es un hogar, para que se convierta en tal hace falta el vínculo del amor, la búsqueda sincera del bien común.

Tal superación supone la grandeza de ánimo y nos llama a desarrollar en cada uno de nosotros actitudes de responsabilidad cívica, de compromiso social, de honesta laboriosidad, de generosidad con los que menos tienen, de respeto, apertura y compresión en la convivencia, de amplitud de miras, horizontes y metas. Reclama, al mismo tiempo, la superación de prejuicios, de intereses egoístas, de conductas mediocres y de objetivos de muy corto plazo.

En toda familia hay discusiones y discordias, pero el amor es más fuerte. Así también en nuestra nación debemos superar las cosas que nos han dividido, perdonarnos mutuamente y renovar nuestros vínculos fraternos.

Que bien nos viene este año de la misericordia para que haya un reencuentro entre todos los argentinos y podamos superar las grietas que nos dividen.

Si bien misericordia es un término al que no estamos acostumbrados ya que no es utilizado en nuestro hablar corriente, pertenece al acervo de la tradición bíblica y, por ello, el Papa Francisco ha querido declarar en la Iglesia católica, a este año como Año Santo Jubilar de la Misericordia. Intentando ir a la misma etimología de la palabra, nos encontramos con que hace referencia a la miseria (miser) en su doble connotación tanto, por un lado, de maldad, ruindad y perversidad como, por el otro, de necesidad, indigencia y pobreza. Se refiere también al corazón (cordis). Así, podríamos decir que la misericordia es la actitud que brota de lo más profundo del ser de una persona y se inclina hacia la humana debilidad, en sus varias manifestaciones, para rescatar, recomponer y elevar. ¡Misericordia, entonces, es lo que falta en nuestro mundo! No se trata de un mero sentimiento pasajero de lástima ante la fragilidad o de impunidad ante lo perverso y corrupto. Tampoco de una fría y dura condena de lo que está mal. Se trata, sí, del inclinarse compasivo para ir al fondo de la realidad y sus problemas buscando remedio, solución, superación. ¡Cuántos conflictos, cuánta agresividad, cuánta marginalidad se superarían con grandes dosis de misericordia! Una respuesta a los desafíos sociales de este momento, una superación de tantas encrucijadas que se nos plantean sería recrear una cultura de la empatía y la compasión, de la solidaridad y la reconciliación, de la generosidad y la gratuidad.

¡Decidámonos de una vez por todas a obrar con grandeza y cuidémonos unos a otros!

  1. SOÑAR

La casa alberga y alienta los deseos del pueblo con una mirada hacia el futuro. La pérdida de nobles metas, la desilusión ante utopías que nunca se concretaron, la sensación de que la indiferencia, el cinismo y la corrupción van ganando espacio nos hacen caer en una especia de desencanto, llevan a muchos a bajar los brazos, nos embargan en un pesimismo contagioso. Alentar, suscitar, despertar la esperanza no es tarea menor a la que nos llama la hora presente. La esperanza es como el aire que debe inflamar los pulmones de nuestra sociedad. Sin ella no hay aliento para superar obstáculos, rectificar rumbos y avanzar sin desfallecer. Ella nos ayuda a tener una mirada y unas actitudes positivas y optimistas aún en medio de los obstáculos y dificultades. Nos impele a no bajar los brazos, a continuar la marcha. Ella tiene dos componentes que debemos aprender a conjugar una y otra vez: paciencia y esfuerzo. Paciencia para saber esperar la maduración de los procesos y capacidad de esfuerzo para que todo sea mejor. Esta casa que alienta con esperanza hacia un futuro mejor se lo debemos de manera particular a los jóvenes, que tantas veces al verse sin expectativas ni humanas ni espirituales caen en la trampa de una evasión a paraísos ficticios a través de las adicciones al alcohol y a las drogas. ¡Cómo no priorizar la lucha contra el narcotráfico y  el trabajo por la prevención y recuperación de las adicciones!

¡Nuestros jóvenes merecen que le ofrezcamos un estilo de vida esperanzado y con las posibilidades para su plenitud humana y personal!

Son muchas las dificultades y nos sentimos pequeños ante la magnitud de los desafíos. Orar es reconocer que sin la ayuda divina no se puede lograr lo que aspiramos ni perseverar en el buen camino. Que el buen Dios nos conceda limpiar nuestra casa de toda corrupción, ordenar nuestra casa de todo caos social y ornamentar nuestra casa con las virtudes humanas y sociales del trabajo y la honestidad que nos permitan hacer de nuestra patria una casa confortable para todos los argentinos. +Ariel Torrado Mosconi Obispo de Nueve de Julio.

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