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19 de mayo de 2016

Ratones y cucarachas by Jacinto Chiclana

Si usted me dijera que quienes nos han robado y engañado durante todos estos largos años son privilegiados poseedores de brillantes mentes, encauzadas para el mal, claro, pero inteligentes al fin, refinados, sofisticados autodidactas con manejo de vocabularios exquisitos, embaucadores de finura extrema, pergeñadores de metodologías rebuscadas y habilidades superlativas, maestros diplomados en la universidad de la lleca y el mundo de los escruchantes, de gran valía en esas atrevidas artes de embaucar a la gente y geniales ejecutantes de monótonas melodías que inmovilizan a las serpientes; en fin, si hubiésemos sido violados casi sin darnos cuenta por expertos ladrones de guantes inmaculados y modos principescos, nuestra vergüenza no debería ser ni tan grande ni tan duradera.

Hasta le diría que ser esquilmado por una mente superior es como que te otorgue antídoto de pudor, porque no va a ser ni la primera vez ni la última que uno se topa con algún semejante que, inspirado por el diablo, despliega toda su sabiduría para “pasarnos” como a poste enterrado y dejarnos en terlipes y a los gritos como Tarzán.

Pero, lamentablemente, ha sido todo lo contrario.

La cruda realidad nos está demostrando día a día que hemos sido jodidos, sin más vuelta y a repetición, por una recua de ratones de carbonería, cucarachas hediondas con menos prosapia que el Pibe Cabeza. Insectos que se alimentan de desechos, ladrones baratos como papel de cohete y aprendices aficionados, imitadores de Rififí después del escorbuto, la malaria y la sífilis claudicante.

Usted se pone a analizar, con vergüenza, pena y remordimiento, los blasones y méritos de estos hijos de la chingada coja y a la inmensa tristeza de haber sido despojado como chicos a los que les birlaron el chupetín gastado, debe agregarle la tremenda vergüenza de descubrir que no sólo eran semianalfabetos funcionales, sino que sus baraturas nos desprestigian más a nosotros que a ellos.

Cierre piadosamente sus ojos e imagínese al muchacho de la guitarrita, compañero de cuarto de Bob Esponja en el médano 123 de la costa Atlántica.

Piense en semejante ratón de cuarta, falsificador serial de documentos, firmante sin escrúpulos de viáticos falsos para justificar una vida de potentado, incoherente con su verdadera personalidad, que accede a una de las más altas investiduras en este paradójico país que Dios nos proveyó con picardía, claro, porque para compensar todo lo que nos daba y lo que podía llegar a ser, lo abundó de estos ratones y de estas cucarachas.

Piense en las calidades como personas de actuales diputados o senadores, poseedores de rimbombantes fueros que los tornan poco menos que en intocables y fórmese conciencia de que, a pesar de ganar varios cientos de miles de pesos mensuales, andan en los autos que les proveen algunos gremios para comprar sus protecciones y prebendas.

Piense en la inefable Felisa, con larga militancia revolucionaria, ejercida supuestamente para “salvar al país de los oligarcas ladrones”, que guardaba numerosos dólares en el baño de su despacho, seguramente para enfrentar alguna crisis con el proveedor de papel higiénico.

Recuerde al alto muchacho “idealista” integrante de aquella “juventud maravillosa” que regó con sangre ajena las calles del país en los emblemáticos setenta, según decían, para terminar con las corporaciones salvajes, hoy Diputado de la Nación nada menos, al igual que su mujer, juntando entre los dos unas doscientas luquitas por mes, pero mendigando autos ajenos como si fuera un menesteroso.

Estos son sólo ejemplos que demuestran que, lejos de haber sido colonizados y sodomizados por seres más inteligentes que nosotros, las ratas de albañal tomaron el control del barco, haciendo con nosotros lo que quisieron.

Hoy, como siempre pasa cuando se diluye el manto de neblina espesa de la impunidad y el ejercicio irrestricto del poder, se comienzan a saber muchas cosas que pasaban desapercibidas, aunque en el fondo, siempre supimos que no nos estaban jodiendo mentes superiores. Nunca fueron hombres o mujeres superiores ni mentes de fuste.

Siempre sospechamos que éstos eran más baratos que bolsa de arpillera, pero nuestra indiferencia, nuestra abulia y nuestra ausencia de reacción, salvo cuando nos tocan el bolsillo, los dejó crecer como una plaga dañina.

Y después… después se cebaron, porque se dieron cuenta de que podían pulular por toda la casa y nadie se atrevía a aplastarlas o ponerles alguna trampa corta cabezas, con fajos de dólares de cebo en lugar del consabido queso… hicieron lo que quisieron.

No todos son brutos extremos, aunque sí, casi sin excepción, son baratos.

Algunos tienen una confusión de valores inexplicable.

Los hay muy buenos en matemáticas. Expertos y muy didácticos para simplificar operaciones algebraicas, los muy variados usos de Pi, los secretos de la geometría y las tribulaciones de la proporcionalidad, pero tienen un despelote padre en la zabecacuando llega el momento de hacer catarsis y aceptar que “odian trabajar para este gobierno”, pero doscientas ochenta mil razones mensuales los “obligan” a hacerlo.

Lo cierto es que existe un viejo proverbio que reza que “el valor de tu enemigo te ennoblece” y entonces, viendo de qué calaña están hechos quienes sodomizaron al pueblo argentino durante doce años, para nuestro oprobio, deberíamos sentir más vergüenza que bronca.

Jacinto Chiclana

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